Si ganar es una motivación legítima, natural e inocente; si alcanzar nuestra cima es el objetivo loable y admirable que perseguimos (la competencia se limita a ser estímulo y despertador), los fallos y los tropiezos del camino han de ser incluidos en nuestra álgebra personal. La posibilidad y experiencia de la derrota prestigia, completa y ennoblece la victoria. La aceptación tranquila, serena, humilde y consciente de esa realidad irrefutable, el acto humano de perder, es la única plataforma válida para desafiar los límites y ganar partidos imposibles.