Una desasosegante visión de un futuro distópico pero terriblemente reconocible.
Resulta un tanto inquietante plantearse la capacidad que tendrán las nuevas generaciones para servir como transmisores de una cultura que durante milenios ha enriquecido a la humanidad, sirviendo de espejo o contrapunto a la nueva creación, permitiendo su evolución constante, pero siempre, asimilando el pasado, tanto para admirarlo e imitarlo, como para renegarlo y contradecirlo con espíritu iconoclasta. Sin embargo,es curioso como movimientos que se iniciaron en los márgenes tecnológicos de nueva hornada, se fueron imponiendo progresivamente como educadores, impartiendo contenidos breves, fácilmente asimilables y de dudosa calidad tanto en lo formal como en lo ético. En ningún momento existe intencionalidad a la hora mantener una atención continuada ni una implicación emocional real en los estímulos recibidos: todo es rápido y superficial.
Javier Niembro nos ofrece una distopía que no es tal, porque lejos de ser una fantasía delirante de un futuro posible (pero lejano y muchas veces poco probable), lo que nos muestra es una evolución (in)natural de tendencias que están ya entre nosotros y que hemos asimilado de forma progresiva, casi sin darnos cuenta: la homogeneización de la personalidad; la prevalencia de la imagen, de lo visual, sobre lo emocional; la imposición velada de una mentalidad de rebaño, en la que la divergencia se paga con el ostracismo más cruel: debe gustarte un tipo de música concreto, vestir de una forma concreta, amar de una forma concreta… ser de una forma concreta. La fugacidad, con todo lo que esto implica, es la marca de fábrica de la cultura contemporánea; como si de un corredor en pleno sprint se tratara, solo estamos pendientes del camino ante nuestros ojos, obviando en todo momento la belleza del paisaje, la sensación de la brisa y el sol, el canto de los pájaros o el olor de la hierba: somos la generación de la ansiedad.
La novela se desarrolla en un ambiente opresivo, con una prosa abigarrada, destilando un perfume cercano a las pesadillas del Philip K. Dick más pesimista, pero con una salvedad totalmente determinante: mientras que el autor estadounidense a veces resulta más cercano a la ciencia-ficción más canónica, desarrollando escenarios a veces ajenos a la realidad, la novela de Niembro nos obliga a mirar un futuro que ya vislumbramos casi a la vuelta de la esquina, y en el que no podemos hacer más que rogar para que no llegue a alcanzarnos, deglutiéndonos y transformando toda nuestra historia, nuestro bagaje y nuestra memoria en una amalgama gris y difusa. (José María Durán, 12 de febrero de 2024)
hace 9 meses