Confundimos algunos conceptos y algunas sensaciones e, irremediablemente, el deseo de una felicidad distinta a la que poseemos y no sentimos, nos empuja a la incertidumbre. Esta es la historia de la Humanidad, tal vez la nuestra varias veces repetida, mezclar una ilusión pasajera con una vida plena; ser conscientes de que cada vez que abrimos la puerta a la duda, acabamos por querer cerrarla con ladrillos de remordimiento y culpa.
Somos incapaces de gestionar la rutina y la seguridad extraña que en ocasiones aporta. A partir de esta contradicción, acabamos divididos en personas que anhelan y arriesgan y en personas anheladas que no pierden; el problema es que, siendo conscientes de los pros y contras de cada grupo, nos dejamos clasificar sin dar importancia a los problemas que vendrán después.
Margherita y Carlo, su camino hacia la autogestión de la cotidianeidad o hacia el inconformismo, saben de todas estas contradicciones y de los riesgos que corre su matrimonio si la novedad se normaliza.
Contradicciones, remordimientos, necesidad de ser -ser algo, en ocasiones ni si quiera saber qué- pero a través de los ojos de otros e indefiniciones personales comparten un macchiato y ven caer las dudas sobre Milán.
La historia no es nueva, las reacciones de quienes rodean a Margherita y Carlo sí. Es aquí donde la Fidelidad de Missiroli gana enteros y la de Margherita y Carlo pierde consistencia. A fin de cuentas, los anhelados no tienen la obligación de ajustarse a los criterios de los anhelantes.
Las vidas de quienes rodean a la pareja aportan a la novela un interés inusitado e invitan a seguir leyendo sobre historias que no guardan relación con el amor a la italiana, ni con el drama o las pasiones mediterráneas.
Unos y otros, los que desean y los deseados, nos llevan de la mano por las calles de una Italia real, herida de crisis, con brechas que supuran paro y recesión, huérfana de turistas y sin postales, y abren una vía social que relativiza cualquier quebradero de cabeza sentimental, situando al lector en un espacio próximo a la realidad más cruda.
Misiroli invita a la lectura, Milán a la tristeza, los personajes a reflexionar sobre cómo nos encontramos cuando perdemos lo que en realidad fue nuestro. (Jorge Juan Trujillo, 20 de abril de 2020)