Los domingos son tan dispares que rara vez duran lo que marca un reloj de doble péndulo. Son espacios, más que fechas: el parque en donde un faquir pedalea su torre de jaulas, repletas con seres nunca vistos; el circo de barrio en donde un payaso vende su elixir que embriaga desde el primer sorbo y el pozo que habita una mujer tan encorvada como una letra ele. Héctor Domingo nos lleva a estos y otros lugares por medio de sus historias. Hace que escarbemos debajo de un gran árbol en busca de las claves para conocer la receta de una salsa; nos permite imaginar lo que sería tener el don para ver los futuros de la gente en sus arrugas y, lo que es mejor: nos envuelve en situaciones tan fantásticas con estos relatos, que se antojan para disfrutar de cualquier día como si fuese el mejor de los domingos.