La situación de Elena Garro es curiosa, muchas veces se la conoce más por su vida que por su obra. Es cierto que a los 17 años se casó con Octavio Paz –con quien tuvo una hija–, y que más tarde fue amante de Bioy Casares. También que luego de su desempeño político durante la Masacre de Tlatelolco, en México en 1968, su nombre adquirió cierto halo maldito que la llevó a un voluntario exilio. También que era bella como pocas y que amaba a los gatos locamente.
Los relatos de Andamos huyendo Lola son pequeñas obras maestras sobre la relación entre literatura y paranoia, sobre el huir real de un Estado imaginario, sobre la potencia de lo femenino versus el poder destructor de lo masculino.