Lope de Vega eligió como fuente de inspiración una fábula sacada de las Metamorfosis de Ovidio, si bien no se limitó a la imitación servil de su modelo, sino que llevó a cabo una tarea pertinaz de reinvención del mito. De hecho, Lope utilizó las fábulas clásicas como un trampolín para su propia capacidad de fabulación, ya que aliñó el cañamazo argumental que le ofrecía Ovidio con una buena dosis de novelería: casos de honor, idilios a tres bandas, fiestas de pastores, enredos palaciegos, raptos masivos, fugas secretas, mujeres travestidas de hombre y príncipes que se hacen pasar por villanos. En manos de Lope, pues, la mitología se transformó en un festín de la imaginación y en una excusa perfecta sobre la que levantar un teatro excitante para el entendimiento, atractivo para la vista e hipnótico para el oído. Las fábulas grecolatinas recobraron así el brillo de las historias recién inventadas, gracias a que Lope decidió fusionar el mito con otras tradiciones literarias. Y es que en sus comedias mitológicas no sólo se trasluce la sombra gigantesca de Ovidio, sino que resuena asimismo el eco de muchas otras obras y autores: las fábulas de Esopo y el romance de doña Alda, las Bucólicas de Virgilio y el Orlando furioso, los versos de Garcilaso y el perfil avellanado de don Quijote.