Winslow salta del narcotráfico mexicano al espionaje de los 50 con «Satori»

Tras sus descarnadas novelas sobre el narcotráfico mexicano, el estadounidense Don Winslow ha ejecutado un doble salto mortal para caer de pie como un ninja en los bajos fondos del espionaje de los años 50 con «Satori«, en la que retoma al protagonista de la obra «Shibumi» de Trevanian.

Para tal pirueta literaria, Winslow ni siquiera requirió entrenamiento, porque escribió «Satori» a la vez que «Salvajes» -esta última se publicó antes en España-. Pasó meses «yendo y viniendo» entre traficantes latinos y espías rusos, explica el autor en una entrevista con Efe.

«Es cuestión de crear esos mundos y hacerlos reales. Con ‘Satori’ recreé el Saigón de 1952 gracias a recortes de fotografías de bares, cafés, hoteles, tiendas que extendía en el suelo para hacerme una idea de cómo era entonces», indica.

Otro de sus trucos fue escuchar diferentes tipos de música según estuviera tecleando una u otra novela.

En «Satori», escrita más de tres décadas después de que Trevanian (seudónimo literario de Rodney Whitaker) publicara «Shibumi» y cuyos derechos ya ha comprado la Warner, Winslow rescata al fascinante personaje de Nicholai Hel, hijo de aristócrata rusa y alemán misterioso, maestro en el juego del «go» y experto en matar sin armas.

«Satori» se desarrolla 25 años antes de «Shibumi», en plena guerra fría, cuando el polifacético Hel, de origen occidental y maneras orientales, tras varios años prisionero del ejército americano, recibe un encargo que le puede proporcionar la libertad… o la muerte.

«Hel es un tipo complicado, lo que por supuesto hace que sea mucho más interesante escribir sobre él. Creo que a los lectores les parece buena persona por su estricto código moral. No mata a inocentes y matará a quienes lo hagan», reflexiona Winslow.

El autor compara al personaje con héroes de gran tradición literaria como el caballero andante, el cowboy solitario o el detective privado al estilo de Raymond Chandler, a quien cita en «El largo adiós»: «Por estas calles mezquinas ha de pasar un hombre que no es mezquino…».

Pero «Satori» es sobre todo un compendio de filosofía oriental, un conocimiento, unas costumbres y un modo de vida que a Winslow no le eran ajenos gracias a sus anteriores estancias en China.

«Leí mucho sobre las diferentes vertientes del budismo, en especial sobre la ética que guía a Hel a través de las grandes contradicciones de este mundo. Me suscribí a publicaciones, visité templos y descargué de internet rezos y cánticos para escucharlos mientras escribía», relata el autor.

Winslow tuvo además que moderar el tono para acercarlo al de Trevanian, lejos de las escenas explícitas de sexo y violencia de las que rebosan libros como «Salvajes» o «El poder del perro».

«Sabía que tendría que emplear una narrativa tradicional, con más respeto hacia la gramática y las estructuras. No se trataba sólo de fundirme con el estilo de Trevanian, sino también con la época en la que se desarrolla el libro», apunta.

El autor se dejó «poseer» por Nicholas Hel para que fueran sus palabras las que le guiaran, y reconoce que «habría chirriado» cualquier intento de dotar a los personajes de formas «contemporáneas» de ver el sexo y la violencia.

Aunque habría sido fácil situar la acción de «Satori» en la última década, Winslow ha huido de las manidas conspiraciones yihadistas y postsoviéticas, para llevarla a tiempos anteriores, convirtiendo en novela de espías lo que podría haber sido un «thriller».

«Los caminos arriesgados suelen ser los más divertidos, ¿no?», afirma este autor que dice no creer demasiado en los géneros, sino sólo en las buenas historias.

Asegura que situar la escena en el pasado fue «liberador» y le permitió acercarse a un tema poco explorado como el de la guerra fría en Asia.

Liberador porque la ausencia de tecnología en aquella época -sin internet, móviles ni satélites- «te obliga a contar una historia más humana».

«Los personajes tienen que ir a sitios, hablar con gente, y el lector les acompaña: patean las calles, comes y bebes, pruebas y hueles», concluye.

Madrid, 13 feb (Lorena Cantó / EFE)

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