Novela de crecimiento y suspense con sugerentes incursiones en lo fabuloso, El Pantano de las mariposas sumerge al lector en una rara fascinación para conducirlo con hábil pulso hasta un sorprendente giro final.
La entrevista completa a Federico Axat a partir del salto.
La contraportada de la novela cuenta que «El pantano de las mariposas sumerge al lector en una rara fascinación para conducirlo con hábil pulso hasta un sorprendente final». ¿Qué puedes decirnos al respecto? En tus novelas el suspense siempre ha estado presente…
Sí, el suspense es un rasgo distintivo en mis historias. Me gusta jugar al gato y al ratón con el lector, sorprenderlo. Y también es cierto que en esta novela el desenlace cumple un rol fundamental; en cierta forma es como una llave, o unos lentes con un filtro especial, que el lector utilizará para resignificar la trama y darle una nueva dimensión. Mi mayor anhelo es que los lectores se sientan tentados de releer el libro, o algunos pasajes específicos, y digan: “¡Es verdad! Todo encaja…”
Situemos al lector en el momento en que todo sucede. Es 1985, un pueblo llamado Carnival Falls, Sam y Billy tienen doce años y se preparan para lo que suponen será un verano grandioso con todo lo que esto implica. ¿Cuáles han sido tus referentes para construir el marco de la historia?
La historia tiene lugar en los ochenta, de manera que he intentado capturar el espíritu de la época. No me he centrado demasiado en los aspectos culturales —no quería un decálogo de íconos populares—, sino en sus valores, principalmente en la amistad de un grupo de niños en tiempos previos al advenimiento de las nuevas tecnologías y a los cambios en la forma de interactuar. Mis inspiraciones en cuanto a la atmosfera han sido la de las películas juveniles con las que crecí, como Cuenta conmigo, E.T., y tantas otras.
Dicen que cada novela tiene multitud de lecturas, tantas como lectores. ¿Qué crees que descubrirán en ella los lectores de El pantano de las mariposas?
Espero que se sientan parte de la “pandilla”. No quiero adelantar demasiado de la trama, pero la principal pregunta que estos niños intentarán responder será saber qué le sucedió a la madre de Sam después del accidente de coche que le costó la vida. El cuerpo nunca fue encontrado y la policía sostuvo que salió despedido y cayó al río, pero Sam empieza a soñar con ese momento, cuando era un bebé y viajaba en el asiento trasero, y recuerda que su madre seguía en el coche después del impacto. Es más, recuerda también cómo alguien (o algo), la arrastró y se la llevó. Esa misma noche, varios testigos aseguran que tres extrañas luces surcaban el cielo.
¿El título del libro encierra algún simbolismo o es un lugar real, quizás inspirado en algún recuerdo de tu infancia?
Ja, ja…, ¡no puedo revelar eso! Sólo diré que no hay una sola respuesta.
Hemos leído en tu blog que se trata de una historia de niños que dejan de ser niños. ¿Consideras que el salto de la infancia a la adolescencia es uno de los que nos marcan de por vida?
Sí, y además es una etapa única, de características muy particulares. A los doce años ya hemos aprendido a ser niños. A partir de ese momento tendremos que empezar a lidiar con “cosas de adultos”, y durante unos cuantos años lo más probable es que no nos vaya del todo bien. Un niño de doce años es, en muchos sentidos, más maduro y seguro de sí mismo que un adolescente o un jovencito, y eso es algo que me fascina explorar como autor. Me gustan los rasgos adultos de esos niños pre-adolescentes, seguros e independientes. En esta novela he tendido un puente entre ese momento tan peculiar de la niñez y la adolescencia, y eso no ha sido arbitrario en absoluto.
¿Cuándo descubriste que querías ser escritor y cómo fueron los comienzos?
Sucedió casi paralelamente a mi interés por la lectura, en la adolescencia. Fue sumamente natural para mí intentar hacer eso que tanto disfrutaba como lector, pero la verdad es que nunca me planteé por esos años dedicarme a la escritura. Ni siquiera mucho después, cuando tenía terminada mi primera novela, creía que tal cosa fuera factible. Y no se trataba de mis limitaciones, que las tenía y eran enormes, sino que ¡ni siquiera lo veía como una opción! Sin duda dice mucho de nuestra sociedad (y de mí) que un chico joven vea perfectamente razonable ser abogado, ingeniero o bombero, y totalmente descabellado ser escritor.
¿Podrías contarnos cómo ha sido la escritura de El pantano de las mariposas? Qué ha sido lo más complicado, cómo empezaste, algún hábito concreto….
La semilla que gestó la historia fue el final. Supe desde el principio a dónde quería llegar, pero no tenía idea de qué ruta tomaría, y esa es una metodología que le sienta bien a mí escritura. No me gusta planificar; siento que me limita. Las pocas veces que he intentado planificar algo, bastó sentarme frente al teclado para que surja algo más motivador. Para esta novela me impuse un ritmo diario de mil palabras, y pude cumplirlo sin problemas. Lógicamente, el primer borrador debió pasar por una reescritura profunda, pues el proceso de escribir sin mapa de ruta va dejando inevitables agujeros que es preciso regresar a tapar.
¿Recuerdas esos largos y cálidos veranos de la infancia? Eran tiempos de pactos de amistad, primeros amores y aventuras. ¿Cuál es tu mejor recuerdo?
Sin duda, mis mejores recuerdos provienen de los sábados en casa de mis abuelos, Carlos y Anita, con primos y hermanos. Almorzábamos en familia y las tardes eran para los juegos en el jardín o en las habitaciones que habían quedado en desuso a lo largo de los años.
Una de esas memorables e interminables tardes, uno de mis primos descubrió debajo de una de las pesadas baldosas del jardín un pozo de unos sesenta centímetros de diámetros y por lo menos dos metros y medio de profundidad. Lo examinamos desde arriba y, para nuestro asombro, parecía ensancharse en la parte inferior, al punto que no alcanzábamos a ver los laterales. Lo más maravilloso, que incluso unos niños como nosotros comprendimos de inmediato, era que aquello había sido hecho con un propósito específico, porque ¡las paredes eran de ladrillos! Esta era la época de Los Gonnies, de manera que nuestra imaginación se catapultó de inmediato. Estábamos seguros de que aquel túnel continuaba horizontalmente, que cruzaba el jardín de mi abuela y que iba a alguna parte. Algunas hipótesis que barajamos en nuestro improvisado cónclave de primos fueron delirantes. Mi primo Julián se maravilló pensando que quizás aquél misterioso túnel conducía a un campo de fútbol subterráneo.
Teníamos que bajar, por supuesto, e investigar. Pero teníamos los miedos lógicos, había que tomar precauciones. Volvimos a colocar la baldosa en su sitio y durante unas cuantas horas destrozamos un mantel viejo de mi abuela para prepararle a mi primo Facundo (el más delgado y el elegido para bajar) una especie de traje de astronauta que lo protegería de la mugre y del ataque de arañas y demás alimañas (también era la época de Indiana Jones). Conseguimos una soga resistente y se la atamos a la cintura, “para poder traerlo de vuelta si pasaba algo”. Una vez que supiéramos que todo era estable allí abajo, bajaríamos todos y empezaría la verdadera aventura, como en las películas.
Resultó que aquél era un simple pozo ciego que mi abuela había clausurado hacía muchos años. Cuando el relleno cedió, nadie se dio cuenta porque el jardín estaba embaldosado. Por supuesto, el túnel no giraba en ninguna dirección y mi primo Facundo se quedó ahí abajo, mirándonos decepcionado, encogiéndose de hombros… “¿Y ahora qué?”. Mi primo Julián, reacio a aceptar la triste verdad, le decía: “Mira bien, Facundo, fíjate si sigue para aquel lado”…, y le señalaba. Pero no, no seguía para ninguna parte. Era un hoyo de dos metros de profundidad, y nada más.
Mi abuela nos descubrió y se preocupó mucho cuando vio que uno de nosotros estaba en el pozo. “No te preocupes, abuela, Facundo está atado”. La misión del pozo podrá haber sido una gran decepción, pero la planificación y las conjeturas fueron inolvidables. Además, había otras misiones pendientes, como construir nuestra propia versión de Mazinger Z, algo que con mi primo Julián nos tomamos muy en serio. Ojalá existiese un sitio al que los adultos pudiéramos ir y sentirnos como en aquél entonces…
Podéis disfrutar del primer capítulo de «El Pantano de las mariposas» de Federico Axat pulsando aquí
10 jun. (Equipo de Comunicación editorial Destino)