El Madrid más oscuro de los años 50, con un perverso censor como protagonista, y el Madrid de los primeros años de nuestro siglo, con un narrador que no quiere saber nada de las heridas abiertas en nuestra historia reciente, son los dos ejes de «Sesión privada«, la primera novela de Javier Rovira (1967).
Según explicó el autor a Efe, el origen de esta novela está en la fotografía que alguien hizo del escritor Stefan Zweig y su mujer cuando se acababan de suicidar en Petrópolis (Brasil), en 1942, imagen que le hizo preguntarse: «¿Cuánto amor hay que sentir y cuánta confianza hay que tener en el otro para compartir un hecho tan definitivo?».
Para este profesor del conservatorio de Madrid, «Sesión privada» publicada por Temas de hoy, es una novela con tintes negros, «aunque bebe de varios géneros». Y «no creo que se pueda encasillar en ninguno»», apostilla.
«La novela tiene un momento muy concreto, el que va desde el otoño de 2001 al mes de marzo de 2004, y donde el protagonista sufre todo tipo de reveses y acaba enfrentado al horror de ese presente después de haber examinado el pasado desde un punto de vista un tanto irónico. Creo que es en el choque de esas dos visiones donde reside el nudo de la novela», asegura.
En cuanto a los tres ejes temporales de la novela, la guerra civil, la posguerra y la actualidad, se deben a que «tanto la guerra como la posguerra han marcado la España contemporánea».
«No se trata de reabrir heridas pero sí de evitar el olvido; y los años cincuenta fueron, desde mi punto de vista, la santificación definitiva de una degradación social generalizada que arranca el uno de abril del 39», añade Javier Rovira.
El novelista imagina el Madrid de esa época «como una ciudad muy triste y muy gris; luego estaba la isla de la Gran Vía, con sus boîtes de moda, sus estraperlistas y sus prostitutas de lujo. Recrear ese mundo de Haigas, mambos y cócteles sofisticados me ha resultado apasionante, todo un escaparate de lujo y glamour que tenía una trastienda llena de dolor, humillación y mugre».
Sobre los protagonistas de su novela, dice que «Marcos Alvar es un tipo bastante tranquilo y un poco escéptico a quien, por cierto, le espantan todas esas novelas y películas repletas de heroicas milicianas y desalmados falangistas».
«Su punto de vista empieza siendo muy despegado pero lo que descubre y sus propias vivencias personales van calando en él hasta conducirlo a algo parecido a una catarsis. Creo que es un personaje muy cercano, simpático, un antihéroe fácilmente identificable», explica.
En cuanto a la figura del censor franquista, «los censores franquistas me parecen en general unos personajes bastante siniestros y, esta vez sí, muy pero que muy negros».
«En la novela he intentado retratar una sociedad degradada, la España de la posguerra y de los primeros años 50, una sociedad capaz de admitir las mayores atrocidades siempre que estas quedasen en la sombra; a la luz estaba las misas diarias, las mantillas y los bigotitos bien recortados», concluye.
Madrid, 14 mar (EFE)