Eduardo Arroyo recorre El Prado a través de sus obsesiones en ‘Al pie del cañón’

El artista Eduardo Arroyo visita el Museo de El Prado a través de sus obsesiones, experiencias y recuerdos en el libro Al pie del cañón. Una guía del Museo del Prado (Elba). En este volumen, a diferencia de otros manuales sobre la pinacoteca, el pintor ofrece una mirada menos académica y más pictórica de las obras que peregrinó desde su juventud y otras que descubrió a lo largo de los años.

La primera vez que Arroyo vio ‘Retrato de hombre, el llamado Barbero del Papa’ de Velázquez sintió que esta obra lo «catapultó», según ha manifestado este miércoles en declaraciones a los medios. Al día siguiente, pintó esta misma imagen y cubrió la parte inferior de la cara con «espuma de afeitar».

Su admiración por Velázquez y por muchos otros artistas que se exponen en El Prado motivaron al pintor a embarcarse un proyecto editorial así, lo que le convirtió, además, en el primer artista en escribir una guía de El Prado desde otra perspectiva, alejada de las pretensiones más exhaustivas de los historiadores.

Además, confiesa que su primera intención fue dialogar con ‘Tres horas en el Museo de El Prado’, escrito por Eugenio D’Ors, con quien comparte su preferencia por visitar el centro de arte en el mes de abril. Arroyo señala que rechazó esta idea casi desde el comienzo, y prefirió dar simplemente una visión casi «autobiográfica».

En un tono «jocoso y desenfadado», el artista expone sus teorías y cuenta sus visitas, como la primera vez que visitó el museo con su abuelo o las numerosas ocasiones en las que volvió con sus amigos y compañeros. Al fin y al cabo, la idea que muestra es clara: «Es la casa de los pintores».

En lugar de repasar obra por obra, Arroyo desgrana aquellas que más le influyeron y las agrupa por capítulos dedicados al «rojo, negro, la muerte, el erotismo», entre otros. Además, afirma que ha «corregido» muchas opiniones que tenía acerca de artistas como Murillo, «víctima de su condición, pero autor de cuadros excepcionales».

«ISLA» Y «REFUGIO» EN EL FRANQUISMO

Cuenta Arroyo (Madrid, 1937) que cuando emigró a París en 1957, huyendo del franquismo, lo «único» que se llevó como «bagaje» era El Prado. «Era un refugio para la gente que no le gustaba lo que nos había tocado vivir, una isla donde nunca penetró la mugre exterior», ha destacado. En este sentido, afirma que muchas zonas del museo son hoy «más contemporáneas que el Reina Sofía, aunque parezca una paradoja».

Arroyo confiesa que a este, como a otros museos, le gusta acudir «acompañado», ya que es la manera de poder detenerse ante un cuadro. «Los museos, al igual que las iglesias, me ponen nervioso y aplico una rapidez diabólica a la visita», afirma.

La experiencia del pintor que observa una obra de arte tiene varias consecuencias, pero «casi siempre sales un poco destrozado y roto», señala, aunque añade que «algunos inconscientes salen disparados al taller a pintar». «Tratas desesperadamente de entrar en un cuadro y no lo consigues, cada vez es más complicado y desconcertante», ha declarado.

«A pesar de los poderes fácticos, la pintura está muy bien», ha manifestado el artista. Sin embargo, afirma que «es fundamental desligar» el arte de todo lo demás. «España es el único país que permite la horterada de cambiar las fechas solo porque viene el político de turno a la inauguración», ha lamentado.

MADRID, 23 Nov. (EUROPA PRESS)

 

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