El desorden de noviembre es el acta de defunción poética de un tiempo que, se presume, fue feliz. La casa habitada por objetos que, a su modo, hablan, ofrecen indicios, y sirven de pretexto a la autora para generar el acto poético. Es un paisaje después de la batalla, los restos de la juerga, los despojos de un acto amoroso, a cuya visión asistimos los lectores a través del humo de una tetera, de los libros que imaginamos empolvados en un anaquel, en el recipiente de una bañera ahora vacía pero que en su día contuvo los fluidos de la felicidad. Desorden de noviembre posee "unidad de tono", esa cualidad que tanto ponderaba Horacio, y que confiere al poemario de María Jesús Silva una coloración que uno, caprichosamente, relaciona con el violeta, el añil de una seda desgastada y acaso, el gris naval, con manchas aproximativas de óxido o de color yodo Juan Gracia Armendáriz.