Entre los protagonistas de Vidas gloriosas está Donald McKenzie, que pretendió convertir las arenas del Sahara en un vergel, René Caillié, que se disfrazó de musulmán para llegar hasta Tombuctú, Jacques Lebaudy, autoproclamado Jacques I del Sahara, o Ma El Aïnin, un santo guerrero tuareg. Estos aventureros del desierto dan paso a escritores crepusculares más conocidos pero no menos noblemente fracasados: Nerval, Villiers de LIsle-Adam, Roussel, Stevenson. Schwob, Loti, Jarry o Dalí, en efecto, son sorprendidos a punto de suicidarse, de traicionar su talento, de entregarse de lleno a la locura o de rendirse a alguno de los frecuentes embates de sus tormentosas existencias. El libro se completa con una serie de relatos dedicados a mujeres ocultas, sorprendentes y ejemplares: Josephine Brunswick, que inspiró a Beethoven una sonata que a su vez inspiraría el libro Sonata a Kreutzer de Tolstói; Josephine Clofullia, mujer barbuda; Ada Augusta Lovelace, la hija matemática de Byron que tuvo que luchar toda su vida entre las ciencias y la poesía; Margaret Ann Bulkley, que se disfrazó de hombre para poder aprender medicina, oficio que ejerció con éxito en Sudáfrica, Malta, Corfú, Jamaica o Canadá; Elisa Sánchez Loriga y Marcela Gracia Ibeas, gallegas que se casaron en 1901 y que emigraron, la primera disfrazada de hombre y atendiendo al nombre de Mario, a Portugal, Argentina y México; o Simone de Beauvoir y Flannery OConnor, iconos del feminismo contemporáneo.