Existe en nuestra época un vacío grave y creciente sobre cuestiones morales: por primera vez en la historia, el ser humano siente la pérdida de la religión como consuelo y guía. Hasta hace poco, varios sustitutos se perfilaban como posibilidad en el horizonte: el comunismo, el pacifismo, el internacionalismo... Pero el hecho de que hayan fracasado no invalida la gran paradoja que la situación plantea: necesitamos elaborar teorías sobre la naturaleza humana y, aunque ninguna lo explica todo, es el deseo de explicarlo todo lo que da impulso a la teoría. Murdoch consideraba que necesitamos un refugio que nos ampare del frío campo abierto del empirismo benthamiano: un marco, una estructura, una casa de teoría. También tenía claro que el enemigo de la libertad está en la fantasía, en el mal uso de la imaginación, algo inexorablemente natural en los seres humanos y contra lo cual la «razón pura» tiene poco que hacer. De este modo, aunque la ética y la estética no sean la misma cosa, el arte se postula como la gran vía de acceso hacia la moral.