«Cuando regresé a Francia, tras una ausencia de diez años, me informé a través de las pocas personas susceptibles de darme noticias de los miembros del grupo. No fueron noticias muy buenas, y me hicieron comprender aún mejor que el tiempo había pasado. Yo, que tan a menudo observaba el envejecimiento ajeno, tuve que acostumbrarme, a mi vez, a la idea de que mi juventud tocaba a su fin.»
En la época en que tenía veinte años, el narrador conoció a varias personas con las que compartió complicidades y confidencias. Visitó con ellas lugares que en algunos casos ya no existen: un restaurante en el que comían hombres solitarios, un bar que regentaba una martiniquesa, ciertas calles de París, una casa en la Costa Azul…
Era aquel un mundo elegante y sofisticado, de sastrerías, partidas de bridge, olor de pinares y noches interminables… Pero en el que, bajo el refulgente esplendor, también había recodos sombríos. Un mundo contenido en el estribillo de una canción titulada «Memory Lane».
Patrick Modiano, arropado en este caso por los exquisitos dibujos de Pierre Le-Tan, se desliza una vez más por los territorios de la memoria evanescente, por escenarios y personajes que permanecen ya inalcanzables en el pasado, por instantes irrepetibles que perviven todavía en el recuerdo. Como la belleza de aquella chica, Françoise, cuyo rostro agigantado se le aparece de pronto al protagonista en el cartel de un cine, porque ahora ella es actriz y protagoniza otros ensueños…