Ramal comienza y termina en la misma habitación de una vieja casa cercana a la Estación Mapocho, habitada por tres generaciones de sureños que no se atrevieron a abandonar la proximidad del tren para adentrase en Santiago. El borroso protagonista de estos viajes interrumpidos, asume una doble misión: representar a un Estado que no sabe qué hacer con todo aquello y revisar las huellas de ese paisaje en su propia memoria.