Máximo Huerta vuelve a disparar un delicioso arsenal de prosa poética en su última novela París despertaba tarde. Mientras la capital de Francia se prepara para los nuevos Juegos Olímpicos de este verano, el autor se retrotrae cien años y nos abre las puertas de una ciudad inmersa en la organización de las Olimpiadas de 1924, donde la vida era pura ebullición y el arte la salvación tras dejar atrás los años oscuros de la guerra.
De sobra conocida la fijación del escritor por la Ciudad de la Luz, con este nuevo relato apuntala definitivamente su obsesión y despliega una ambientación atinada para despertar en cualquiera de nosotros el deseo de visitar los escenarios que aparecen en sus casi 500 páginas si es que no lo hemos hecho ya.
París despertaba tarde fluctúa entre el protagonismo de una ciudad inspiradora, nostálgica y bohemia y el de un personaje que, para los adeptos a su literatura, no es desconocido. Alice Humbert aparece mejor retratada que nunca después de ser abandonada por Ërno Hessel para irse a Nueva York. Mientras Chanel marca tendencia, el cine es toda una revolución y más de 3.000 atletas van llegando a París, Alice vive para su trabajo como modista y conoce a gente de todo tipo a pesar de que regenta una tienda que es pequeña en el 10 de la Rue du Pont Louis-Philippe. Desde filántropos a las modelos que posaban para pintores, fotógrafos y otros artistas. Ellos, de renombre. Ellas, anónimas.
Y es que el autor ensalza a la mujer hasta las cotas más altas. En concreto, a aquellas que fueron retratadas, fotografiadas y esculpidas, pero cuyo nombre se disolvió en cuadros abstractos, impresionistas y cubistas de salones, restaurantes caros y museos. Alice está muy bien dibujada, pero Huerta nos la presenta con características de mujer casi perfecta y esto quita un ápice de realismo a la novela. No obstante, es el rostro de todas ellas. No solo la conocemos por lo que cuenta sino también por las cartas que escribía a Ërno tras su marcha a Estados Unidos. Esta correspondencia intercalada con la narración rompe la estructura y la hace más ágil y amena como contrapeso a una narrativa predecible y falta de tensión, pero que estremece por su lirismo.
Nacida casi a la par que el siglo XX, Alice Humbert es la narradora de esta novela que transcurre entre 1924 y 1925. Una voz en primera persona que conmueve en sus reflexiones sobre la culpa, el arrepentimiento, el perdón, la familia, la guerra o la maternidad. Pero por encima de todo París despertaba tarde rebosa amor y amistad. Es un relato en carne propia que emociona ante las partidas sin fecha exacta de vuelta y conmociona con las que son para siempre.
Huerta firma otra historia de amor con ramificaciones. La que gira en torno a un enamoramiento, puede que precipitado, y la que confirma que el pasado siempre está dispuesto a llamar a la puerta. Ambas avanzan entre hilos, patrones y dobladillos dentro de esta boutique parisina, en la que reciben el encargo de diseñar unos vestidos de fallera que, convertidos en vidriera, están en el altar de San Ignacio de Loyola del Sacré-Coeur. Curiosidad real que es el embrión de esta novela.
Los hermanos de Alice -Jules y Claire-, su pareja Ërno Hessel, el nadador polaco Alexander Belov, la modelo y bailarina Kiki de Montparnasse, la huérfana Hortense y la filántropa Madeleine LeClercq acompañan a Alice por estas páginas. Solo Kiki podría pujar en protagonismo porque al final resulta clave en la trama y porque fue un personaje real. Man Ray, Monet, Coco Chanel, Ernest Hemingway, Modigliani, Pierre de Coubertin, Scott Fitzgerald y André Citroën aparecen también para contextualizar los años veinte en la ciudad gala y dar naturalidad al libro. Ninguno de ellos está de más, pero la pluma de Huerta es categórica. No hay discusión. Alice Humbert es el núcleo de esta novela. Solo París, amenazada por atentados anarquistas en este periodo de entreguerras, puede hacerle sombra. (Esther Martín, 18 de abril de 2024)
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