De Joaquín Leguina se ha llegado a afirmar que los años dedicados a presidir la comunidad de Madrid y a ocupar un escaño en la Cortes ha privado a la literatura de un autor que podría haber sido más productivo.
Desde novelas sin pretensiones como las de la serie del comisario Baquedano, vecino, al igual que su autor, del barrio más castizo de Madrid (La Latina), hasta el ingenio amargo de los relatos de “Cuernos” y la intriga de “El rescoldo”, dan buena cuenta de ello. Con “Tu nombre envenena mis sueños”, Leguina incluso despertó la atención de Pilar Miró demostrando así que sus obras podían ser llevadas al cine.
La figura de Melchor Rodríguez, conocido como “el ángel rojo” por su ingente trabajo para, desde el bando republicano, salvar la vida en la Guerra Civil a ciudadanos significados con la derecha de los cuales, años después, llegarían a puestos destacados del régimen franquista, no se comenzó a reivindicar hasta comienzos del siglo XXI. Su filiación anarquista –que le valió incluso su regreso a la cárcel durante la dictadura- impidió que se diera a conocer antes de la democracia y, una vez comenzada ésta, la visión cerril de muchas gentes de izquierdas al catalogarlo de traidor, impidió que durante el siglo XX su figura cobrase relevancia. Con el auge del fenómeno de la memoria histórica, Melchor Rodríguez comienza a desempolvarse del olvido intencionado de unos y otros y se erige en ejemplo de conciliación.
Junto a Rubén Buren, –que también firma la autoría del libro pese a que se limita, en su condición de bisnieto del protagonista, a la no poco estimable tarea de proporcionar al autor datos sobre la vida que se novela en este libro- Joaquín Leguina divide la novela en tres partes. En la primera, se narra el final de la Guerra Civil a través de un fresco de variados personajes reales de uno y otro bando a los que Melchor acogió en un inmueble incautado. En la segunda, se narra el pasado de Rodríguez para, al final de la obra, contar la vida del protagonista durante el franquismo. Como colofón, memorable la escena totalmente real en la cual, en 1972 y durante el entierro del protagonista, en el cementerio se palpa la tensión, pacífica y respetuosa, cuando los próceres de la dictadura rezan y, después, los anarquistas cantan “A las barricadas”.
Aun cayendo en la simpleza y el tópico en la descripción de algunos personajes, y pese a que el autor introduce demasiados párrafos de disertación histórica en una obra de ficción, lo ameno de la mayor parte de la novela y el conocimiento que ofrece sobre un personaje histórico poco conocido, hace de “Os salvaré la vida” un libro de fácil lectura.
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hace 2 años
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