Prólogo de Pere Gimferrer, epílogo de Jaume Pont. “¿Existe [en España] por otra parte, alguien que con más naturalidad habite, en cuanto dice, hace o escribe, el territorio de la poesía? Con naturalidad comparable, alguno hay, dos o tres tan sólo; con naturalidad mayor, creo que Alberti únicamente”, escribe Gimferrer en el prólogo a este libro. La muerte de Alberti, ocurrida poco después de escritas dichas líneas, le da una palpitante vigencia a esta afirmación, vigencia respaldada en este libro, el último de Ory, y prueba clara, además, de que la madurez del poeta es, en muchos casos, su definitiva revelación. Canto, himno, oración, plegaria, suspiro o grito confluyen en Melos melancolía; imágenes que caen bien como aerolitos, como piedras preciosas llovidas del cielo o suspendidas en el abismo, bien como fogonazos líricos que se columpian entre la risa y el llanto, potenciadas por ese humor carloedmundiano hijo del desencanto y del grotesco de un mundo que contempla lo sublime vuelto del revés, y también por la fuerza negativa que las abraza: ‘‘tengo un anillo con la lengua rota’’. Ory fue una vez todavía más explícito al respecto: ‘‘Hoy día, el lenguaje articulado, distintivo del hombre, perdió la nobleza de su ritmo propio. Queda la tartamudez poética, el lenguaje imposible, esencialmente elíptico, fragmentario, como único idioma rebelde de la desesperación del habla’’.