Todos tenemos nuestros secretos. Algunos son naderías, cosas sin importancia, pero que no queremos contar a nadie, bien sea por miedo, por vergüenza o para mantener una parcela de nuestra vida como única y exclusivamente nuestra. Ángela no es una excepción. En su caso concurren diversos motivos para que no cuente lo que no quiere contar. Evidentemente, casi nadie sabe que es una asesina que se vende al mejor postor, pero no es eso a lo que me refiero. Hay aspectos de su vida privada y pasada que no quiere revelar. Y punto. Los últimos cien días de Jindra Hertam no es una novela, ni tampoco una recopilación de relatos, ni un diario íntimo, ni siquiera un documento póstumo. Y, sin embargo, es todo a la vez. Como un juego de espejos deformantes o una caja de muñecas rusas, cada historia contiene en sí a las demás y es, a un tiempo, una sola. Amparado por las sombras y con una trama compleja pero bien tejida, Jindra Hertam nos ayuda a transitar por los callejones de las pasiones, los deseos y los sueños pero, sobre todo, nos sumerge en el sinuoso proceso de la creación.