En la historia literaria nos sorprenden, de vez en cuando, los nombres de algunos poetas que, por diversas circunstancias, resultan inclasificables: voces independientes, rebeldes a los dictados estéticos del momento, ajenas a grupos y promociones generacionales, cuya personalidad permanece fiel a un dictado interior y se diría que indiferente al halago de los «críticos autorizados» o a las presiones de las modas. Un caso notable en nuestras letras fue el de León Felipe (a caballo entre las generaciones del 98 y del 27, aunque sin ser absorbido por ninguna de las dos), al que podrían añadirse nombres tan dispares como los de Jesús Lizano, Francisco Pino, José Antonio Muñoz Rojas o, incluso, José Jiménez Lozano. Está claro que Diego Sabiote pertenece a este linaje imaginario, por otra parte, algo hay en él del tono profético de León Felipe y no poco de la religiosidad íntima y del amor por la naturaleza de Muñoz Rojas y Jiménez Lozano. Francisco Cubells. Frente a tanto y tan inocuo culturalismo de la poesía actual, frente a tanta mención de nombres o de lugares ilustres, vana muchas veces, Sabiote menciona otros lugares y otros nombres: los vividos. Y lo hace con palabras también vividas, las de todos los días, para hablar con los seres cercanos a quienes dedica sus poemas. Porque la busca del protagonista de esta poesía es sobre todo una búsqueda hacia los hombres, por más que sea la naturaleza la que proporcione la mediación comunicativa. Francisco Díaz de Castro.