Es el segundo libro que leo de Gay Talese, periodista narrativo que hace un tiempo descubrí con “El motel del voyeur”. Si esa era su última obra publicada esta en cambio es de las primeras, la segunda en concreto, que publicó en 1964, el mismo año en que se inauguró el puente del que trata.
A principios de los años sesenta del siglo pasado el autor visitó en diversas ocasiones las obras de construcción de la que sería la luz colgante más larga del mundo, el puente Verrazano-Narrows, que uniría Brooklyn y Staten Island, en Nueva York, y durante mucho tiempo mantuvo contacto con los hombres que allí conoció. El libro lo dedica a los trabajadores del hierro que construyeron ese puente y por extensión a todos aquellos que han trabajado a grandes alturas para erigir puentes y rascacielos por todo Estados Unidos, justo los mismos que no asistieron a las ceremonias de inauguración porque ya habían marchado en busca de una nueva “aventura”. Son algunos de esos cientos de héroes anónimos los que en buena parte de las páginas adquieren protagonismo, con nombre propios, narra historias y anécdotas de sus vidas y hazañas laborales, no todas con final feliz. Muestra los aspectos positivos y negativos de su trabajo en el marco del gran “boom” que experimentó la construcción de puentes a lo largo del siglo XX.
Pero no se centra solo en esa faceta, a lo largo de las páginas descubrimos la historia de los primeros grandes puentes y de los ingenieros que los diseñaron, la caída de muchos de ellos y lo que implicaba, los distintos oficios y fases de la construcción, aspectos técnicos y también datos concretos referidos al puente Verrazano-Narrows, como la férrea oposición de miles de ciudadanos afectados por su construcción y algunos casos particulares.
Diez capítulos, cada uno enfocado en un tema concreto, aunque a mi parecer destacan siempre las personas que estaban “al pie del cañón” a cientos de metros de altura. Se incluye además un prefacio y un epílogo que escribió el autor por el cincuenta aniversario de la inauguración del puente y la publicación del libro. También son de agradecer las numerosas fotografías en blanco y negro del puente/los puentes y sus gentes, que dan cercanía a la prosa; el mismo Gay Talese aparece en la portada, en 1964, y en el interior en 2014.
En conjunto se da una visión amplia y real de lo que implicaba construir un puente a mediados del siglo XX. Sin ser la típica novela, esta especie de crónica se lee fácilmente y resulta muy amena e interesante. Me ha gustado mucho.