La idea de que la naturaleza es sabia y curadora encarna el tema central de esta hermosa novela sobre una niña, Mary Lennox, que va conociendo mediante el poder de su curiosidad, los recovecos de una inmensa mansión donde los gritos la transportan a conocer a ese niño gruñón, Colin Craven, que poco a poco va ennobleciéndose por la amistad, y por supuesto, la convivencia con la naturaleza. Parte de sus aciertos es el vocabulario manejado y es el lenguaje coloquial visto en frases de Dickon como “señá Medlock” en vez de señora Medlock representando a través de su forma de hablar el nivel de educación de quien dialoga. Es una historia en sí sencilla, fácil de leer en cualquier momento de la vida. Sinceramente, no requiere de mucha hondura en sus argumentos por la solidez de su mensaje. La autora es honesta al reflejar la bondad de la creación materializada con un jardín secreto que aprendemos a conocer y amar gracias a un petirrojo cantador. Encarna también el valor incalculable de la amistad y la intimidad en ella, que no necesariamente está relacionado con las cuestiones sexuales, sino de algo muy parecido a la hermandad. Pocas novelas tienen en cada una de sus páginas la inocencia impresa en sus líneas de prosa, esta logra sin lucha, provocar el encanto de los lectores. Promesa mía y es que este libro va a ser inolvidable para quien lo lea y permanecerá en su memoria por muchos años.
hace 1 semana