El cielo puede esperar, pero el Dios de las historias de Rilke debe ser conocido. Con Él, la palabra fe recupera el significado que tuvo, el lector recobra la esperanza perdida. El Dios de Rilke no es colérico, a veces huye de los hombres y de sus rezos, tiene que soportar la insolencia de algún santo rebelde y que sus manos se despisten y dejen de crear. Como fugado de un cuadro renacentista o de los frescos de una pequeña ermita, Su huida no pasa desapercibida para el poeta, que lo pinta nuevamente con las palabras más bellas en el lienzo de unas cuartillas. Quizá se topó con Él en la estepa rusa, quizá en el fondo de un dedal -Dios está en todas partes-, en cualquier caso, merece la pena rezar si quien nos escucha es el Todopoderoso con el que, por fuerza, se sentó a conversar. Biógrafo de un Dios casi humano y cartógrafo de las nubes, las historias de Rilke invitan a creer y a mirar la cielo con los ojos del corazón. (Jorge Juan Trujillo, 12 de junio de 2017)
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