Un Philip Roth crepuscular escribió a principios de este siglo “Elegía”, una desconsoladora novela sobre la vida y la muerte de un hombre corriente en donde aborda, con encomiable naturalidad, el acechante advenimiento de la parca, así como la decadencia física que lleva aparejada esa implacable batalla contra el transcurso del tiempo por el que es tan conocida la vejez. Una profunda crónica sobre el deterioro físico y el fracaso sentimental de un hombre carcomido por los remordimientos, padre de tres hijos y ex marido de tres mujeres distintas, que en una primera escena tan brillante como original, nos es presentado en su propio funeral. Y a partir de entonces, un narrador extradiegético va deconstruyendo la historia de ese casquivano mujeriego y los errores y felonías que, en el ocaso de sus días, le condenaron a afrontar su último aliento sumido en una soledad que, con todo merecimiento, se había ganado a pulso; convirtiéndose en alguien en quien ya no se reconoce y que nunca aspiró a ser; alguien que ha de esforzarse por impedir que su mente le sabotee con una ávida revisión de un pletórico pasado. Porque cuando eres joven, para la gran mayoría, el exterior del cuerpo es lo que cuenta, tu apariencia externa, la estética. Pero al envejecer, lo importante es lo que llevas dentro, y sobre todo lo que has hecho a lo largo de tu vida, las decisiones que has tomado y aquellos con quienes has compartido tus momentos de felicidad. Una lastimosa novela corta, de apenas 150 páginas, que gracias a la elocuente prosa de Roth (de quien hasta ahora no había leído nada) se yergue como una reveladora visión de un futuro desesperanzador, que contrasta con la forma con que otros personajes de la novela (realizados y satisfechos consigo mismos) afrontan plácidamente el devenir de sus días... He ahí la importancia no tanto de los años de vida, sino la vida de los años... Para mí de un 7/10. Sin ser una gran novela, es bastante recomendable, aunque avisados quedáis de que su lectura resulta cuanto menos desgarradora.
hace 3 años