Algunas ciudades ocupan tanto espacio en nuestro subconsciente que incluso se pueden pasear en sueños. Son como parientes lejanos que por fin tienes ocasión de conocer. No te suelen defraudar. Visitadas, te procuran una intimidad ajena a esos lugares comunes donde el turista busca la inmortalidad. Los cuentos que reúne El prisionero de la avenida Lexington —escritos por Gonzalo Calcedo antes, durante y después de una estancia en Nueva York—, no pretenden ser un homenaje ni un complemento a esa guía de viajes apócrifa que todos llevamos dentro. El autor, referencia de la narrativa breve hispana actual, traza aquí un recorrido frugal y naif por una ciudad que, incluso pisada y palpada, parece imaginaria.