Sentía vergüenza de existir, miedo a la muerte, angustia oceánica… ¡y solo tenía ocho años! Desde pequeño, soy un neurótico. Con doce años me daban miedo los cuartos vacíos y las habitaciones con demasiada gente. Con catorce, los insectos y los calvos. Y con dieciocho, las canciones de U2 y las palomas. Ésta era mi filosofía de vida: Visualiza tus metas y objetivos. ¿Los ves? Pues ahora sigue comiendo Doritos. O bien: Antes de rendirte, mira en tu interior. Luego ríndete. Mi única esperanza era el doctor Portuondo, un psicoanalista cubano exiliado en Barcelona que gritaba a sus pacientes, juraba en nombre de Freud y bebía whisky Johnnie Walker. Es la persona más asombrosa que he conocido en mi vida. También la más sabia. La más imprevisible. Y la más divertida.