Un peregrino que protagonizara no las Soledades, sino el caos del mundo en la era feroz del postcapital, y observara la mercancía consumida y la mercancía por consumir, y supiera que hay aún un resto, la lírica, parece dar voz a Contratiempo. Ni elegía ni himno son posibles, sino una móvil ubicuidad de la percepción y la memoria, una sonoridad que patina y hace que el sentido rehuya la fijeza. Desubicado, sabe también que el aura perdida proyecta su sombra hasta en las fotocopias, y que la analogía una y otra vez trata de colarse en la ironía. Así, contra una lengua que presiente demasiado cargada de unidad, la del poema trabaja allá y acá como un continuum; poemas extraordinarios: acá y allá libremente, necesariamente. El viaje del poeta y de la historia se cruzan en un cielo que es “la zona / necrosada de la lengua, / cada uno revelado por el otro”. La intimidad y la conciencia política exploran la lucidez de ese espacio. Olvido García Valdés