Otros se echaron a la mar. Marcela se casó con un anciano para abandonar Aquella Isla. Ahora en París, lleva como una cicatriz su identidad. Trabaja y lee incansablemente con tal de burlar el recuerdo. Teje como una araña el infinito hilo de la amistad. A través de internet,del teléfono,del fax,mantiene el calor y la presencia de una legión de amigos que también decidieron emigrar. Marcela es la referencia, memoria viva. Olores y sabores, imágenes y sonidos se confunden en su interior como el eco de un mundo que una vez estuvo vivo. La luz blanca del Malecón, la voz atronadora del océano, el aroma del café hirviente acabado de colar. La trama del recuerdo se desenhebra ante sus ojos, su lengua, sus oídos. Emergen las imágenes de un tiempo de idilio, los olores fuertes de una edad. El registro de los sentidos reconstruye paso a paso la historia de un crimen tan ingenuo como la mentira de un niño, la de una absurda condena que consiste no más que en un eterno esperar.