Desde que tomé una de las decisiones más importantes de mi vida, la cual me condujo a abandonar mi zona de confort y a mi gente de manera indefinida, se produjo una apertura en mi mente que jamás imaginaría.Llegué a Escocia en el año 2013, como muchos españoles que optaron por emigrar para encontrar trabajo o en busca de la aventura. Yo marché de mi país por lo primero, pero nunca imaginaba cómo sería mi adaptación en una cultura extranjera.Mi adaptación, no fue nada destacable en la sociedad urbana, sino en el medio rural, en mi contacto con la naturaleza y, especialmente, con las personas que habitan una de las áreas más despobladas de Europa.Me convertí en un viajero. Encontré en coger un autobús o un tren una necesidad para poder ser feliz, olvidarme de los problemas banales que abundan en la ciudad. Pude aprender a valorar lo importante en la vida, tanto de otras personas, como de la naturaleza, además de encontrarme a mí mismo.Viajé en solitario en la mayoría de ocasiones, aunque en otras lo hice con gente conocida o incluso con desconocidos. Todo ello me ayudó a conocer tanto Escocia, como otros lugares del norte de Europa.Visitar un pueblo, recorrer el entorno natural que lo rodea, entrar al pub con menos turistas que haya y poder compartir unas pintas de cerveza con los habitantes locales que habitan esas tierras duras. Lugares que deslumbran con su belleza natural y con la humildad de sus gentes.