23 de febrero de 1981. Un pueblo castellano enclaustrado entre cordilleras. Elena, de siete años de edad, asiste como cada lunes a su clase de catequesis. Inesperadamente, Elena y sus compañeros son instados a salir del aula y regresar cuanto antes a sus casas. Un golpe de Estado se está produciendo en ese momento en el país…
Durante su vuelta a casa un suceso repentino y fortuito condicionará involuntariamente la forma en que, a partir de entonces, deberá resolver cualquier acontecimiento inoportuno que se le presente.
Principios de octubre de 1992, Madrid. Elena emprende su etapa universitaria en un colegio mayor. Han pasado once años en los que se ha visto obligada a enfrentarse a la vida de una forma distinta. Ahora debe hacerlo nuevamente y, muy a su pesar, se ve obligada a seguir actuando de manera implacable.
Memoria de la inocente niña homicida
Isabel Camblor
Editorial Pre-Textos
Por Francisco Balbuena:
Esta novela galardonada con el premio de novela corta más importante del panorama nacional trata de un sueño en la vigilia. De un sueño que brota en la infancia de la protagonista, Elena, y cuyo despertar al cabo de varios años da lugar a la más terrible de las vigilias, aquella que hace desear el sueño eterno.
Resulta paradójico que la edad infantil, de la que todos los adultos suelen afirmar que fue la época más dichosa de su vida, nos depare habitualmente los peores sueños, esas pesadillas que se quiebran a media noche entre llantos y temblores, y que a menudo vuelan por la ventana cuando acude a la cuna o a la camita la madre del niño que llora. “En memoria de la inocente niña homicida” esa pesadilla tan terrible no surge en un ensueño nocturno de cuna o camita, sino de un mundo trastornado de parasomnias que es vivido con los ojos abiertos a raíz de la misteriosa desaparición de Valentina, la pequeña amiga de Elena en un colegio de una pequeña localidad durante un tiempo histórico convulso. Es así que, desde los primeros compases del relato, se nos presenta una de sus muchas cualidades: transportarnos por una existencia sentida onírica en la consciencia. Elena va viviendo de despertar en despertar, va migrando de relaciones frustradas entre amigos, amantes y pretendientes, a imaginaciones obsesivas que paulatinamente la encaminarán ya en la primera juventud a uno de los finales de novela más sobrecogedores de los últimos años.
Esta novela de “Memoria de la inocente niña homicida” no anda escasa de cualidades literarias para contarnos esa perturbadora historia. La prosa de Isabel Camblor es brillante y hermosa; posee un pulso decidido y vigoroso, a menudo hipnótico, siempre emocionante, para revelarlos el alma atormentada de una mujer. Durante páginas y más páginas del relato, su discurso alcanza un vuelo literario abrumador por su belleza, y hasta inquietante por la carga lírica que atesora en sus claves y que al lector se las va suministrando como gemas que se reparten generosas sacadas de un arcón a rebosar de excelente poética.
Leemos: «Elena nunca permitiría que en la tumba de su abuela pudiera leerse una oración más. Sería perfecto hablar de otras cosas, de su universo, incluso el de loca; de los sueños que tuvo cuando su mente se fugó del mundo en el que no le gustaba vivir. Lo llamaron demencia senil, pero ella, Elena, estaba convencida de que se había fugado de una tierra que la disgustaba profundamente porque había querido; y si eso era estar loca, bendita locura. Dios, si ella hubiera sido poeta, escribiría, y en segunda persona. A ti, Cinta: vinos, licores, brebajes y risas, tu mecedora de caoba, tus libros desvencijados y desordenados, con fotos y flores momificadas, de otros siglos, al abrirlos, a veces caían restos, a veces las mismas hojas descoloridas. Tus cosas, todas, hasta las insignificantes: escarpelos, ralladores y limas que usabas para estar bien curiosita y oler bien, y que tu cuerpo estuviera presentable aunque fuera viejo.» Y al leer esto sentimos que hay vidas que se construyen entre generaciones alternas puenteando vidas más próximas; como esas flores raras que en nada se parecen a sus compañeras en la rama florida sobre la que han brotado, sino que son trasuntos de inflorescencias misteriosas que vienen del pasado o de otro lugar, de otra mata. Esta historia trata de ese singular fenómeno, y no puede por menos que emocionarnos tal descubrimiento a través de su palpitante escritura.
Isabel Camblor con esta su quinta novela se ha colocado por derecho propio en la primera división de la narrativa española. Y no sólo entre las escritoras, pues hay escritoras que sólo tienen vocación de porteras y de defensas, sino entre aquellos novelistas de la vanguardia en el equipo que manejan la pluma frente a la meta contraria con preciosos regates y también con pujantes envites. Así se lo ha reconocido el jurado del premio de Barbastro, entre los que hemos de destacar a Fernando Marías y a Manuel Vilas. Entre campeones anda el juego.
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