Emilio Calderón cierra su trilogía asiática con «Los sauces de Hiroshima«, un thriller que descubre los problemas de identidad a los que Japón se enfrentó tras su derrota en la II Guerra Mundial y lo hace por medio de unos personajes que se mueven en esa «difusa» línea que divide el bien del mal.
Cuando escribía «El Judío de Shanghai» y «La bailarina y el inglés» (finalista Premio Planeta 2009), Calderón descubrió la «terrible animadversión» que el pueblo japonés despierta todavía hoy en los países donde transcurre la acción de esas novelas -China y la India, respectivamente-, y se planteó si era posible que hubiera «un pueblo intrínsecamente malo».
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