Vivió varios años en países extranjeros, se enamoró de tierras lejanas como la India y del modo de escribir versos en Japón, se mantuvo lejos voluntariamente, pero siempre, tras cada huida o viaje, Octavio Paz volvió a la ciudad monstruosa y hermosa que lo vio nacer y morir.
«La veía como su ciudad, como este inmenso lugar de epifanías, donde sucedían cosas inesperadas. Cosas bellas o feas, todo para él era un momento para celebrar», cuenta la poetisa Roxana Elvridge-Thomas.
Abrazando su antología poética autografiada por Paz, Elvridge-Thomas habla del amor de éste por una ciudad que tiene «una importancia fundamental» en su obra, pese a que la vida del nobel de literatura fue un constante viaje.
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