Irresistible, astuta, dominante; la femme fatale conduce a los hombres débiles al desastre. Chantajista, inteligente, bipolar; incuba una inquebrantable sensación de invencibilidad y poder sobre todo. Exótica, sádica; posee una belleza admirable pero turbia y venenosa. Pero sobretodo, ella es cruel, fría y ambiciosa; hunde el ánimo de su amante hasta que su satisfacción queda satisfecha.
Tercera y última entrada sobre la femme fatale en la literatura…
CLEOPATRA. Sensualidad por belleza.
Cleopatra. La serpiente del Nilo
Juan Eslava Galán
Es una de las femme fatale más conocidas, y sus estrategias de conquista (amorosa y territorial) han desfilado en la literatura a lo largo de siglos y siglos. Hubieron hasta ocho Cleopatras, pero sólo una (la séptima) consiguió hacerse un hueco en la Historia.
Excesiva y soberbia (célebres son ya sus baños en leche de burra para hidratar la piel), imitó de su padre, Ptolomeo XII (que había sido un gobernante egipcio corrupto y sumamente díscolo), el estilo de vida glamuroso que la caracterizaba. Tras la muerte de éste, cuando Cleopatra contaba con tan solo doce años, fue obligada a casarse con su hermano para mantener el linaje; sin embargo Cleopatra era demasiado ambiciosa para dejar que su hermano tomase las decisiones, y siempre se las arregló para imponer su inteligencia y salirse con la suya.
Cleopatra comprendió que debía aliarse con los romanos para gobernar en Egipto, así que fue una consecutiva amante de generales de Roma. Fue de las pocas femme fatale que no contaba con una belleza extraordinaria: tenía una frente prominente y una relievada nariz, pero resultaba exótica y tenía modales que encubrían sus intenciones. También fue repetidamente descrita por Plutarco con una sensual y sugerente voz que jamás temblaba ante nada ni nadie.
Este atractivo le valió la aceptación del general romano Cayo Julio César, al cual llegó en plena noche burlando controles de los partidarios de su hermano (con quien se disputaba el poder de Egipto), para persuadirle de que se posicionara a favor de ella y así derrocar a su hermano. Su cuerpo le valió por primera vez para conseguir una gran meta. Tras morir Cayo Julio César, Cleopatra conoció a Marco Antonio (el más alto en la jerarquía romana por entonces) y no tardó en quedarse en Egipto junto a su amada. Tampoco tardó en cederle Chipre, Fenicia y Creta, devolviéndole a Egipto el esplendor y el comercio que antaño abarcó.
Cuando Marco Antonio se suicidó por error, Cleopatra no se vio con fuerzas suficientes para conquistar a Octavio, el nuevo hombre al mando del Imperio Romano; o quizás la mujer fatal del Nilo había sucumbido finalmente al amor verdadero. O quizás, simplemente, perdió fuerzas. Decidió suicidarse también, dejando a su pueblo al mando de otro ya que, por una vez, ella no fue capaz de asumirlo.
IRENE ADLER. El ángel de la guarda.
El club Dumas
Arturo Pérez-Reverte
No es la protagonista del conocido best-seller de Pérez Reverte, pero es el personaje más perturbador.
En la trama, Irene es terriblemente molesta para el mustio Lucas Curso. Acostumbrado a estar solo y rechazar cualquier compañía, Irene confunde a Corso con su insistencia. Le protege, le vela, y Corso no tarda en darse cuenta de su fascinación hacia ella. Por primera vez, el detective se siente atado por algo que no comprende. Por alguien a quien apenas conoce.
Irene es misteriosa, apenas sí habla. Es tremendamente escurridiza pese a ser muy alta; también tremendamente inteligente, pese a su juventud. Tiene una perfecta melena rubia suelta, así como facciones atractivas en su rostro. Nunca lleva ninguna joya, tatuaje, ni adorno de ningún tipo.
Sin embargo, su mayor rasgo de femme fatale son sus claros ojos verdes con los que hechiza al malasombra de Corso, que no comprende cómo su racional comportamiento habitual es perturbado por un tan ligero y rápido proceso de cortejo que cuando está ya perdidamente prendado por ella, apenas sí había advertido el embrujo. Irene usa una estrategia de acercamiento muy poco habitual entre las mujeres fatales, más propia de los hombres: la del acecho sigiloso y pulcro.
LOLITA. Tierna tentación.
Lolita
Vladimir Nabokov
Fue enorme el impacto que dejó el personaje de Lolita en las conciencias de los hombres. El nombre de Lolita proviene de Dolores, que evoca a la Virgen María, dándole al personaje más tintes de prohibición. La perversión, el morbo y el riesgo que Lolita proyectó al lector fueron, a la postre, el mayor reclamo para el ensalce mundial del libro, por encima de la historia y de su protagonista (el profesor Humbert).
Hay que aclarar que el empeño de Humbert en conseguir a la adolescente Lolita no sólo reside en un desafío a lo prohibido. La condición de femme fatale de la joven es determinante en el deseo. Se la describe como una mujer de aspecto adolescente que ha alcanzado la edad de consentimiento sexual. Insinuante, segura de sí misma y experta sexual, anhelosa por seguir experimentando; pero sobretodo controladora.
Nabokov describía a Humbert como una “persona odiosa” y no como un pedófilo. Quizás invocaba a sus propias particularidades humanas para dignificar los actos del profesor con respecto a Lolita, tratando el flechazo más como una enfermedad (como una obsesión incurable) que funciona igual para niñas que para la colección de sellos. Da la sensación de que Nabokov encubre la falta de remordimientos de Humbert con la excusa de la neotenia.
En cualquier caso es difícil contradecir a una femme fatale ya que lo es con independencia de edad, físico, clase social… Eso debió pensar Humbert.
MILADY DE WINTER. La dulce niña entre bastidores.
Los tres mosqueteros
Alexandre Dumas
¿Quién si no Alejandro Dumas sería capaz de crear la perfecta femme fatale? Se trata de un personaje cuyo instinto es la maldad. Pese a su juventud, Milady de Winter posee las genuinas características de la mujer fatal: ambiciosa, despiadada y cruel, demoniaca y desafiante.
Sin mayor dificultad y en parte por la influencia de su padre, Milady consigue introducirse en asuntos de altas esferas. Es el caso de otra joven mujer buscando desesperadamente la aprobación de su padre. Para ello, actúa como dulce serpiente que se desliza delicadamente entre los enemigos de su padre, los cuales no advierten la mortífera presencia del mal.
Las hazañas maquiavélicas de la joven francesa traspasan fronteras: asesinatos de duques (instando a otros hombres a hacerlo) y mujeres de mosqueteros, a sangre fría; seducciones fugaces; traiciones amorosas…
Mujer de apenas veinte años, piel clara, largos cabellos rizados, ojos claros y divertidos, destacados labios… Es el modelo rubio de la femme fatale. ¿Quién puede no relajarse ante tal amistoso y gentil rostro e imaginarse que no era sangre azul sino negra lo que corría por sus venas?
CELESTINA. Corazón de alcahueta; alma de Belcebú.
La Celestina
Fernando de Rojas
Quizás sea un poco arriesgado situar a la célebre Celestina entre tales elementos subversivos. Sobre todo porque se trata de un personaje cuya profesión era resolver problemas ajenos y que tenía maravillosas cualidades: leal, sabia, emotiva, generosa, liberal… que le impedían hacer el mal intencionadamente. Aquel último adjetivo, liberal, es el que la caracterizaba, el que la motivaba a ejercer la profesión de la que estaba orgullosa y para la que estaba especialmente dotada; ser la encargada de propagar y facilitar el goce sexual, allá donde le alcanzase su influencia. Ella decía: “(…) que el que verdaderamente ama es necesario que se turbe con la dulzura del soberano deleite sexual”.
Con el paso de los años, la interpelada se ha convertido en la indiscutible protagonista de una historia predestinada a ser liderada por los enamorados Calisto y Melibea. Pasó de ser meretriz a concertar citas amorosas a quien se lo pidiese así como utilizar su casa para que dos prostitutas (Elicia y Areusa) pudieran ejercer su oficio. Con ellas saciaba su apetito sexual ¡pero no practicándolo! Sino facilitándolo e incuso presenciándolo.
Era muy buena en su profesión esencialmente porque conocía a fondo a todos los personajes, y sabía quién podía encajar con quién. Eso la convertía en la indecorosa manipuladora que era, y que le hacía llegar a sus objetivos de forma eficaz, inteligente y brillante, como cualquier femme fatale. Tenía una labia excepcional y gran capacidad de embaucamiento, habilidades entregadas según ella por el demonio, del que Celestina se sentía acreditando mientras propagaba el sexo por el mundo, aunque fuera por encima del adulterio, pederastia u otros pecados.
LA BELLA DAMA SIN PIEDAD de John Keats.
He aquí la dama salida de un breve poema, y breve fue el tiempo necesario para que embaucase al joven y vigoroso caballero que la encontró, ligera y deseosa, en las profundidades de los bosques que otrora cruzaba seguro y decidido.
“Conocí a una dama en los prados llena de belleza, una niña de hadas; su pelo era largo, su caminar ligero y sus ojos salvajes. La senté en mi corcel trotador y nada más vi durante el resto del día a mi lado ella se recostó (…) Hice una giralda para su cabeza. Brazaletes también, que la llenaron de fragancias; ella me miró y me hizo el amor”. Aquí describe Keats el encuentro y posterior posesión por parte de la joven hada al desprevenido campeador. Se sobreentiende que pasaron varios días juntos en algún paraje maravilloso y turbador; y hasta el caballero descuidó sus quehaceres bajo el embrujo de la femme fatale. Ésta lo sedujo hasta caer rendido: “Ella me encontró raíces de dulce sabor miel salvaje y maná de rocío, y en un lenguaje ciertamente extraño dijo, te amo”.
Sin embargo, tras caer al recóndito sopor del post-coito, el caballero sueña con los reyes moribundos en el desenlace de su batalla, pronunciando con gritos ahogados estas últimas palabras: “¡La bella dama sin piedad; Te ha esclavizado!”. Y despertóse alarmado ante la severa realidad, con su amante apoyada en su pecho, mirándolo con impasible, cruel sonrisa.
LULÚ. Libertad enjaulada.
Lulú
Frank Wedekind
La dulce y jovial Lulú gobernaba los escenarios de can-can con su gran belleza y destacaba entre las demás bailarinas con ese cuerpo salvaje que la dominaba incluso a ella misma. Por entonces todavía era Lulú, inocente donde las haya; espíritu libre por naturaleza; conquistadora insaciable; la perdición para el hombre de la época victoriana, que está rodeado de tentación en el punto más alto de la decadencia de la sociedad europea. Era Lulú aquel elemento nocivo que era el núcleo alrededor del cual giraban con impasibilidad los peligros que la curtieron y la convirtieron en el juguete roto en el que se transformó.
Todo el mundo necesita sentirse amado, incluso la más innata de las femme fatale. Lulú tenía a Schon, el único hombre que la cuidó y la amó sin querer nada a cambio, pero que era por igual su salvador y su ruina; su creador y su destructor; su confidente y su delator. Schon era el símbolo de la hipocresía que el mundo civilizado practicaba con las mujeres de gran atractivo de la época. La creía su posesión más preciada, y jugaba con su destino con indolencia y frialdad (como si Lulú fuese una vulgar muñeca de trapo), con el único objetivo de autocomplacer sus desdichas y sentir el poder que el hombre estaba empezando a perder.
Ante tal sufrida oscilación mental de esta musa fatal, no se supo más de Lulú, cuyo cuerpo inanimado mudaba su piel con pasividad ante el paso del tiempo, y el paso del tiempo fue su tortura.
EMMA BOVARY. Innato inconformismo.
Madame Bovary
Gustave Flaubert
Volvemos al siglo XIX, el siglo de la Revolución Feminista y en el cual se remonta la acción de esta (por entonces) censurada novela. Sin embargo, los actos que convertían a Emma Bovary en una mujer consciente de sí misma (o en una femme fatale) provenían de lo más profundo de su corazón y razón, por tanto dichos actos no eran inspirados por los afanes de rebeldía y protagonismo que habían motivado a todas, casi todas las demás, con lo que Emma fue revolucionaria sin proponérselo lo más mínimo.
Digamos que Emma sentía sus impulsos como obligatorios de satisfacer, y no tenía la percepción de que debiera obviarlos. Quizás vio en la vida de su padre, un rico y acomodado campesino que no se privaba de nada, el ejemplo perfecto a seguir para ella misma; y no llegó a comprender por qué, siendo mujer que todo con dinero conseguía, no podía alcanzar sus deseos como con cualquier otro bien hacía. Como cualquier otro hombre lo hacía. Como su propio padre lo hacía…
Emma había descubierto muy temprano que tenía dentro un anhelo enjaulado; un valioso cofre encubierto en el fondo de un tenebroso pozo y del que desconocía su contenido. Para liberar ese sentimiento, y gracias a su ávida lectura de autores románticos en su educación, había concluido que el amor y la lujuria eran sus tesoros escondidos, el significado de su auténtico espíritu.
Por ello Emma se entregó a aquellos actos: fue infiel a su devoto marido y abandonó a su familia y a su vida en el campo. Rompió con ese debate interno que padecía para abandonarse al deseo y la pasión y a la libertad; y lo hizo sin la menor prudencia ni dignidad. Sin embargo, sus posteriores amantes (simplemente seducidos por su atractivo físico y fuego interno) eran emocionalmente insuficientes para el animal que acababa de ser liberado. Emma veía cumplir sus vacíos sueños de antaño, pero no encontraba el resultado que pretendía.
Las cosas acaban trágicamente para la señora Bovary, rendida al mundo que ya estaba establecido a pesar de ellas, las femme fatale. Como ocurre en el cine negro de la primera mitad del siglo pasado, al final de la historia el malo de la película nunca se sale con la suya y vence el “bien”. Pero… ¿y en la vida real?
29 de abril, Pau García González (Quelibroleo)
Es curioso como se desenfocan las cosas, de las citadas mujeres fatales ni lo es la Celestina (que es dueña, es decir una mujer entrada en años que hace su trabajo), ni lo es Lolita (una adolescente que apenas está probando sus armas eróticas), ni lo es Irene Adler (que es demonio en forma de mujer, demasiado angelical, ¿que no han leído la novela?), ni lo es la patética madame de Bovary que sólo se lleva a sí misma a la ruina, enamorada de un amor que jamás encontrará y que la devorará en su fuego… Ni, por lo poco que cuenta (porque desconozco las fuentes originales) lo son ni la Bella Dama, ni Lulú… ¿En qué están pensando? No hay femme fatale si no hay dolo en sus actos…