Rubén Abella realza el poder redentor de la palabra en «Baruc en el río»

La magia de la literatura, el poder redentor de la palabra, la fortaleza del lenguaje como asidero para evitar la deriva existencial anidan dentro de «Baruc en el río» (Destino), la última novela de Rubén Abella, a partir de un «juego de perspectivas» sostenido por una nutrida galería de personajes.

El protagonista es Hugo Gaitán, un hombre de edad madura que a través de una crónica evoca los acontecimientos dispares e imprevistos que, treinta años atrás, minaron la apacible existencia de una familia en una ciudad de provincias, de los que se siente culpable y que ahora traslada al papel como un ejercicio de terapia.

Se aferra a la escritura «para intentar cambiar el pasado con el fin de salvarse a sí mismo y poder seguir viviendo», explica en una entrevista con Efe el escritor Rubén Abella (Valladolid, 1967) al hablar de su tercera novela tras «La sombra del escapista» (2002) y «El libro del amor esquivo», finalista del Premio Nadal en 2009.

«Al final, de lo que se trata es de una novela sobre la literatura, del poder redentor de la palabra», ya que el personaje central «elige el lenguaje para intentar cambiar su vida, salir adelante», ha añadido Abella, autor también del libro de microrrelatos «Los ojos de los peces» (2009).

Un crisol de personajes de variopinto pelaje, con sus circunstancias vitales a cuestas y dispuestos por el autor como si de un juego de espejos se tratase, configura «Baruc en el río», una novela que no sigue el curso de una narración lineal, sino que salta de una vida a otra de capítulo en capítulo.

El texto conserva, no obstante, un hilo que vertebra y confiere unidad al relato a través de Baruc, el hermano mayor del narrador, dentro de lo que Rubén Abella denomina una «comedia de las falsas apariencias».

Consiste ésta en las «erróneas percepciones» que con frecuencia asaltan a las personas sobre determinados acontecimientos, «opiniones formadas a partir de algo que no es real», y que, a su juicio, pone de manifiesto «lo precario que resulta vivir».

«Toda la literatura viene a tratar siempre de lo mismo: de la vida, un tiempo que se nos ha dado y que tenemos que ocupar, lo cual no es fácil», comenta.

A través de Hugo Gaitán, su personaje principal, Rubén Abella recorre todos los caminos vitales posibles de los actores secundarios de la novela mediante una lectura del pasado, y juega a los ‘posibilismos’.

Lo explica el propio protagonista del relato en una de sus digresiones terapéuticas: «Me intrigan las bifurcaciones. Esos momentos, a veces indiscernibles, en los que la vida se ramifica y cambia de rumbo. Para detectarlas, visito con frecuencia el pasado. Lo recorro sin prisa, abriendo y cerrando puertas, imaginando lo que habría podido ser si las cosas hubieran sido de otro modo».

Y como telón de fondo, Valladolid, la ciudad natal de Rubén Abella, donde residió y se formó antes de ampliar estudios en las universidades de Tulane (Estados Unidos) y de Adelaida (Australia), y de radicarse en Madrid, donde es profesor de la Escuela de Escritores y de la Universidad Pontificia de Comillas.

A veces de forma expresa y en ocasiones de forma insinuada o camuflada bajo otras denominaciones, Valladolid late como un recurso necesario al que Abella se agarra para que el «edificio narrativo» de su novela «sea lo más verosímil posible, para que se sostenga y no se venga abajo».

En cualquier caso, ha concluido, «podríamos decir que se trata de una ciudad inventada que se parece a Valladolid» y que también formará parte de su próximo libro, aún en embrión, junto a la capital de Madrid.

Valladolid, 23 oct (Roberto Jiménez / EFE)

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