Lorenzo Silva plantea en su última novela, «Niños feroces«, una reflexión sobre la dificultad de sostener la legitimidad de una guerra cuando se convierte «en un método de ocupación y sometimiento», y asegura que cuando un país recurre a armar a sus niños «lo que debería hacer es rendirse».
En el libro, el escritor madrileño narra una historia inquietante sobre la gran paradoja de la guerra, siempre hecha por jóvenes, a veces niños, «pero nunca decidida por ellos», dice en una entrevista con Efe.
De la mano de Lázaro, un joven aprendiz de escritor que necesita el «empujón» de su maestro, también llamado Lázaro, para montar una historia, Silva se adentra en la vida de Jorge, un joven que setenta años atrás se alistó en la División Azul y posteriormente, en 1945, defendió Berlín con el uniforme de las Waffen-SS.
Lázaro avanza hacia un relato vibrante en el que enhebra estampas entrelazadas de ayer y de hoy, desde las guerras de Irak y Afganistán al movimiento del 15-M, y recorre los escenarios de una Europa en guerra.
«Niños feroces» (Destino) ha permitido a Lorenzo Silva hablar de la historia sin entrar en los «tics» de la novela histórica, y le ha dado la libertad que buscaba para contar la historia «desde la mirada actual de un joven», al considerar que es la perspectiva de los jóvenes la que realmente cuenta en las guerras.
«Es una reflexión sobre el papel de la juventud, normalmente manipulada como carne de cañón en las guerras, y el papel de los jóvenes como rebeldes frente a esa manipulación», señala Silva en la entrevista, en la que asegura que le interesaba tratar el tema de la guerra como «fenómeno humano» y el efecto que la violencia produce en quienes la causan y la sufren.
Por ello, el relato plantea la «aspereza, incoherencia, absurdo y estupidez de las guerras», y apunta que tan negativa fue para los niños de la guerra «la maquinaria de propaganda nazi», como la manipulación que produce en un niño actualmente el «fundamentalismo religioso».
Silva lo deja claro cuando relata dos imágenes iguales aunque alejadas setenta años entre sí, en las que aparecen sendos niños de 12 años con un lanzagranadas, uno esperando a los carros rusos y otro saliendo al paso de unos blindados españoles en una guerra actual.
Uno de los «grandes fallos» de las guerras de Irak y Afganistán, en su opinión, es que si había un problema que resolver en esos países ya debería haberse resuelto hace años, lo que le lleva a señalar que «todos los jefes de la Alianza occidental deberían ser destituidos y puestos de cara a la pared».
Pero «Niños feroces» no se queda ahí y entra de lleno en las manos sobre las que recaen, con frecuencia, la defensa de las fronteras para recordar que «a mucha gente se le llena la boca con banderas, pero al final la última baja del Ejército español en Afganistán fue una madre soltera colombiana que se alistó para mantener a su hijo».
«La paradoja de las guerras no es sólo que no las hagamos nosotros, sino que hay una fracción de población que no es sensible a las pérdidas que se producen», afirma el escritor, quien recuerda con dolor, como hijo de militar, la época en la que eran asesinados «con cierta frecuencia» militares españoles en las calles y esas muertes eran minimizadas sólo por tratarse de militares.
Para Silva, «cuando las muertes son de desechables para la sociedad las guerras se emprenden alegremente, incluso tontamente», y culpa de ello en buena parte al hecho de que, para mucha gente, la guerra «es una realidad remota y virtual, se ha convertido en un vídeo-juego».
No es casual que el libro acabe con el movimiento de descontento juvenil del 15-M en la madrileña Puerta del Sol y la reflexión de Lázaro sobre el papel que deben jugar los jóvenes a partir de ahora, si recoger el guante arrojado por los adultos o dejarlo en el suelo.
Madrid, 21 sep (Concha Carrón, EFE)