«El régimen tuvo en sus manos evitar el atentado y no lo hizo», ha señalado el periodista Ernesto Villar, con motivo de la publicación de ‘Todos quieren matar a Carrero‘ (Libros Libres). El autor de este libro accede por primera vez al sumario completo del caso cuando se cumplen 38 años de la muerte del militar.
Villar plantea en este libro dos preguntas: ¿Cómo es posible que nadie se diera cuenta de la preparación del atentado a escasos metros de la embajada de Estados Unidos y tras la visita de su secretario de Estado, Henry Kissinger? ¿Cómo pudo pasearse por Madrid un grupo de etarras fichados por la policía dejando huellas por doquier?
El periodista, autor también de ’11-M. El día que la solidaridad plantó cara al terror’, tuvo la oportunidad de consultar información oculta hasta ahora. Según ha explicado en declaraciones a Europa Press, «el sumario de este caso se ha paseado por varios juzgados y ha sido perseguido por varios cronistas e historiadores».
Villar, que decidió ir a contra corriente con este libro, en un país en el que «la Historia se cuenta a golpe de efeméride», observó que en el sumario «se dieron muchos palos de ciego». «La justicia estaba muy despistada al principio», cuenta el periodista. A ello se suman los testimonios de gente cercana a la investigación, «como el juez De la Torre», y la aprobación de la Ley de Amnistía en 1977, que declaró concluso el juicio.
En concreto, este libro desarrolla 20 pistas que «se desatendieron». Por un lado, las «imprudencias» que cometió ETA y que, a su vez, los servicios de seguridad permitieron que no tuvieran consecuencias negativas para ellos. «Confidentes de la policía les transmitieron el nombre de los 67 cabecillas de la banda, que dejaron huellas en Madrid», explica.
Uno de los testimonios que sustentan estas declaraciones es el de Santiago Carrillo, quien relató en sus memorias que era «absolutamente imposible» que unas personas que habían «incumplido todos los mandamientos de la clandestinidad» no hubiesen sido arrestados. Un ejemplo de ello es, según cuenta Villar, que el etarra que construyó la galería donde se instalaron los explosivos alquiló cuatro coches a su nombre, «estando fichado por la policía».
Además, otro dato que se une a las sospechas de Villar es que el secretario de Estado de Estados Unidos, Henry Kissinger, abandonó Madrid un día antes del atentado, por lo que la embajada americana, cercana al lugar del atentado, había estado «absolutamente tomada por los policías». «Es raro que unas obras que hacían ruido y olían a gas, situadas en la zona cero de la seguridad, no hicieran dudar», apunta.
OPERACIÓN PROPAGANDÍSTICA DE ETA
«El atentado de Carrero fue la gran operación propagandística y de imagen de ETA. Le ha sacado mucho rendimiento y le ha venido muy bien desde el punto de vista de la opinión pública figurar como una banda que cometió en solitario un atentado que aceleraría la llegada de la democracia», asegura Villar, por lo que es «la primera interesada en que no se sepa si hubo ayuda o no».
El autor de este libro insiste en que aquí «no se hacen especulaciones sin base documental». «Mi conclusión es que alguien del régimen pudo hacer mucho más. Quizás alguien fue demasiado torpe para permitir que se pasearan por Madrid los etarras, o demasiado listo para saber que se iba a producir ese atentado y no hacer nada para evitarlo», indica.
En este sentido, Villar señala que «detrás de cada político hay una operación de los servicios secretos, para bien o para mal» y concluye con una sospecha: «La noche del 19 de diciembre se celebró la última reunión de los espías del servicio secreto de Carrero, el SECED, con los políticos que luego debían liderar la transición, entre ellos el comunista Ramón Tamames».
MADRID, 28 Nov. (EUROPA PRESS)