El nuevo thriller de Emilio Calderón descubre heridas del Japón de posguerra

Emilio Calderón cierra su trilogía asiática con «Los sauces de Hiroshima«, un thriller que descubre los problemas de identidad a los que Japón se enfrentó tras su derrota en la II Guerra Mundial y lo hace por medio de unos personajes que se mueven en esa «difusa» línea que divide el bien del mal.

Cuando escribía «El Judío de Shanghai» y «La bailarina y el inglés» (finalista Premio Planeta 2009), Calderón descubrió la «terrible animadversión» que el pueblo japonés despierta todavía hoy en los países donde transcurre la acción de esas novelas -China y la India, respectivamente-, y se planteó si era posible que hubiera «un pueblo intrínsecamente malo».

«En circunstancias normales, hacer el bien o el mal es una opción personal pero no es así cuando se trata de una situación frágil, en la que los valores cambian y los individuos son llevados al límite», explica a Efe el autor para quien el ambiente bélico favorece esa «ambivalencia» humana.

«Con la ocupación de Japón por parte de los aliados se inicia un proceso de destrucción de su identidad. Uno de los mayores traumas será la degradación que sufre su emperador. La ‘humanización’ de Hirohito tendrá un efecto dominó sobre todo lo que representa la esencia del pueblo japonés», analiza el escritor e historiador.

La novela gira en torno al misterioso asesinato de unos «atomizados», término despectivo con el que se denominaba en Japón a los supervivientes de las bombas de Hiroshima y Nagasaki. El inspector de la Policía Metropolitana de Tokio, Ichiro Abe, será el encargado de investigar un caso que a nadie más parece importarle.

«Quienes sobrevivieron a las bombas atómicas se convirtieron irremisiblemente en cadáveres sociales», señala Calderón.

Al mutismo sobre el tema que impone el gobierno militar de los aliados, le sucederá el rechazo del pueblo y el abandono por parte de las autoridades que mirarán con vergüenza a quienes arrastraron secuelas.

Siguiendo un viejo código de honor, el inspector Abe renunciará a su cargo de policía y se trasladará a Hiroshima para continuar la investigación. El caso no parece avanzar hasta que dos personajes, muy diferentes entre sí, solicitan su ayuda para reconstruir su pasado familiar.

«En el fondo es la historia del reencuentro de esos dos pueblos que conviven en la isla. El Japón que se aferra al mundo anterior a la bomba de Hiroshima y que no acepta la democracia moderna occidental y el que renace de sus cenizas», dice Calderón.

A pesar de haber pasado más de 60 años desde el final de la II Guerra Mundial, todavía quedan heridas sin cicatrizar. Para el autor, Japón no acaba de reconocer su culpa como pueblo, «sólo lo ha hecho de forma individualizada», aunque reconoce que cada vez se habla más del daño que Japón causó a sus vecinos asiáticos.

Calderón recuerda al respecto el caso de las «mujeres confort», mujeres sometidas por los japoneses en los países ocupados a la esclavitud sexual militar. Durante años Japón negó su responsabilidad y sólo lo reconoció formalmente en 1993, cuando salieron a la luz pruebas claras del papel de las autoridades niponas.

Sobre la posibilidad de que la catástrofe de Fukushima genere nuevos «atomizados», el escritor confía en que no sea así, pero no lo descarta. «La sociedad japonesa tiende a separar aquello que es un riesgo. Todavía es pronto para saber lo que pasará con ellos».

Lo que tiene claro es que saldrán adelante porque «a diferencia de la nuestra, en la que varias individualidades forman un todo, la sociedad japonesa es muy gregaria y arrimará el hombro para salir adelante».

Madrid, 26 oct (EFE)

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