En plena transformación de la prensa tradicional, Michael Connelly se reencuentra en «La oscuridad de los sueños» con uno de sus personajes más icónicos, el periodista Jack McEvoy, a quien una década después hallamos en crisis, pero listo para cazar psicópatas y, por ende, buenas historias.
«Necesitaba escribir sobre esto porque la industria periodística ha sido fundamental para mí. Fue ahí donde durante 14 años desarrollé tanto mi habilidad literaria como mi ética laboral, así que lo que le está pasando a la industria y a antaño grandes periódicos me resulta personalmente duro», explica el autor estadounidense en una entrevista con Efe.
Por ello no es casual que Connelly, que estuvo nominado al premio Pulitzer en 1986 por un reportaje sobre las víctimas de un accidente aéreo, haya querido que sea el veterano periodista de Los Angeles Times Jack McEvoy quien protagonice este libro.
«Jack es un personaje con el que quedaban cosas pendientes, y además era perfecto para este trabajo», señala.
Ha pasado casi una década y el McEvoy al que dejamos en la cima de su carrera en «El poeta» está ahora sufriendo en carnes propias la transformación del periodismo tradicional: el Times prescinde de él dentro de un brutal plan de recortes, pero antes deberá adiestrar, para más inri, a la jovencita que le sucederá en el puesto.
Mientras planea despedirse con «la madre de todas las historias», el periodista descubre un nexo entre varios crímenes aparentemente inconexos, y a lo largo de la novela deberá defender no sólo su exclusiva, sino también su vida.
«La prensa está inmersa en una espiral descendente y consideré lógico que Jack estuviera en la misma situación», indica el escritor, quien también devuelve a escena en el libro a la agente del FBI Rachel Walling, «otro personaje con el que no había terminado».
«En cierto modo la encuentro más interesante que a Jack porque tiene más conflictos internos y trabaja en una máquina burocrática más intrigante. Supe desde el principio que Rachel iba a tener un papel en esta historia», asevera este confeso admirador de Raymond Chandler.
Como ya hiciera el «El poeta», Connelly ha querido dar voz propia en esta novela al asesino, algo que no es habitual en sus tramas. «Es una estratagema y a la vez un reto que me obliga a buscar formas alternativas de brindarle suspense al lector», apunta.
Porque las altas dosis de suspense y los inesperados giros acrobáticos de la trama son una de las principales características de un autor que ha vendido millones de ejemplares de sus libros en todo el mundo, donde se cuentan por hordas los seguidores de su personaje más famoso, el detective Hieronymus «Harry» Bosch.
La sombra de Bosch toca, de una forma u otra, a todos los demás personajes de Connelly, que a su vez se entrecruzan entre ellos de novela en novela. «Entiendo todos mis libros como parte de una historia mayor. Es un universo paralelo y Harry está en el centro de todo ello», afirma el autor.
Pero ahora no es su momento, sino el de McEvoy, un periodista de los de antes, de los que han aprendido el oficio pateando las calles, una especie en extinción frente al desaforado y desenfrenado consumo informativo propiciado por internet.
«Me pregunto si estos cambios son positivos. Es cierto que la ‘comodidad’ juega un papel fundamental, pero ¿nos llegan las historias mejor contadas? Porque la rapidez no sirve de nada si no te puedes fiar de lo que estás leyendo», arguye.
El buen periodismo, el de «enjundia», siempre será necesario a juicio del escritor estadounidense, quien lo compara a la literatura.
«La cuestión es cómo lo vamos a consumir. Creo que cada vez tendrá menos hueco y esa será nuestra gran pérdida», concluye.
Madrid, 25 dic (EFE)