Mario Vargas Llosa y Herta Müller tienen en común algo más que haber ganado el Premio Nobel: ambos leían de adolescentes para «soportar la vida» que llevaban entonces, y los dos han escrito páginas memorables sobre «la humillación y asfixia» que supone vivir bajo una dictadura.
Müller y Vargas Llosa protagonizaron hoy el encuentro quizá más esperado de la 25ª edición de la Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara.
Unas dos mil personas (más de la mitad, de pie o sentadas en el suelo) abarrotaron el salón Juan Rulfo, y escucharon absortas el diálogo que mantuvieron los dos escritores, conducidos por el periodista español Juan Cruz.
Desde el principio quedó claro que son dos autores de caracteres muy distintos. El novelista peruano se mueve como pez en el agua en actos como el de hoy, pero a la autora rumana, perteneciente a la minoría germanoparlante de su país, no le gusta «estar en público» y preferiría que fueran sus libros los que hablaran por ella.
Herta Müller proviene de una familia de campesinos y en su casa «no había libros». Cuando cuidaba las vacas en el campo, sentía «una soledad gigantesca», que aún hoy la acecha al contemplar un paisaje amplio.
Empezó a leer en la ciudad, a los quince años, «para entender mejor la vida» y para «soportar la vida, que a veces era insoportable». De hacerla así se encargaba la dictadura comunista de Nicolai Ceaucescu.
Vargas Llosa aprendió a leer a los cinco años, y esa fue «la mejor cosa» que le ha pasado en la vida. A los once, todo cambió cuando sus padres «se juntaron de nuevo» y descubrió en la figura paterna «el autoritarismo, el miedo y la soledad».
A partir de entonces, «la lectura se convirtió en un refugio» para él y le devolvía «la dignidad» que perdía ante su padre. Y cuando comenzó a escribir, la literatura «fue una gran defensa contra los percances de la vida».
«La literatura es un arma que tenemos desde el principio de los tiempos para defendernos de un mundo que nunca cubrirá nuestras expectativas. Ha sido uno de los grandes instrumentos del progreso humano», aseguró el escritor peruano.
Müller, cuya nueva novela, «Todo lo que tengo lo llevo conmigo», se presenta estos días en la FIL, cree que la literatura «también duele», y siempre consideró «buenos» aquellos libros que «enseñaban que el mundo no es feliz y que existe el infortunio».
En el diálogo, de cerca de dos horas de duración, quedaron patentes algunas diferencias. Müller prefiere que la literatura «no mienta» y para ella, como lectora, solo valía la que es «sincera», la que muestra «lo insoportable de la vida».
El autor de «La fiesta del Chivo» no cree, sin embargo, que la literatura diga la verdad. «Está llena de mentiras, que leemos para buscar una vida diferente a la nuestra. Esa vida falsa, mentirosa, de la literatura tiene la virtud extraordinaria de hacernos entender mejor el mundo».
Por eso, prosiguió Vargas Llosa, la literatura «siempre ha sido considerada como algo sospechoso por los regímenes dictatoriales», y no se equivocan quienes así lo creen porque hace a los ciudadanos «menos manipulables. Es uno de los grandes instrumentos de defensa de la libertad humana».
Otro de «los milagros» de la literatura es que hace gozar, incluso cuando narra algo «horrible y espantoso», decía hoy Vargas Llosa, al que todavía se le llenan «los ojos de lágrimas» cada vez que relee la muerte de «Madame Bovary», de Flaubert, esa novela protagonizada por «esa maravillosa mujer» de la que ha estado enamorado toda su vida, «con permiso de Patricia», afirmó con humor el escritor, que casi siempre viaja acompañado por su mujer, Patricia Llosa.
Las páginas de la muerte de Madame Bovary causan «un gran placer a pesar del horror». Y es que «la literatura nos abre las puertas del horror», dijo Vargas Llosa.
Müller, que ha reflejado en sus libros sus problemas con el servicio secreto rumano, se preguntó muchas veces en su vida si era «legítimo escribir» en un país donde no había libertades y la gente pasaba frío y hambre. Y hoy reconocía que no siempre se sintió «legitimada».
Vargas Llosa considera «una grandísima equivocación» pensar que la literatura «es un lujo que uno no se puede permitir» cuando un país tiene grandes problemas. Por eso se distanció de Sartre cuando el escritor francés elogió en los años sesenta a los escritores africanos que dejaban la literatura para dedicarse a la revolución.
Aquello le pareció «indigno» al novelista peruano y lo llevó a «renunciar a Sartre».
«No hay que avergonzarse de practicar la escritura o la lectura» porque la literatura «es un arma maravillosa para combatir de manera profunda e irreversible la injusticia», dijo Vargas Llosa.
Guadalajara (México), 27 nov (EFE)