El escritor peruano Mario Vargas Llosa cree que la literatura que se escriba «directamente para las tabletas» tratará de llegar al mayor público, y lo hará «al mismo coste que ha pagado» la televisión: caer en «la banalización y la frivolización».
«Es un temor y ojalá no se cumpla», afirmó hoy Vargas Llosa al intervenir en el ciclo «El libro como universo», que la Biblioteca Nacional ha organizado dentro de los actos de su tercer centenario, que se celebra este año.
Vargas Llosa mantuvo un diálogo con el periodista Sergio Vila-Sanjuán, en el que salieron a relucir, entre otros temas, su pasión por la lectura desde niño, el nacimiento de su vocación literaria, su amor por las bibliotecas y su temor que los soportes electrónicos afecten al contenido de lo que se escriba
Y es que, «contrariamente a lo que dicen con tanta seguridad los defensores del libro electrónico», el gran escritor peruano no cree que «el soporte sea insensible al contenido».
El Premio Nobel de Literatura basa su convencimiento en lo que ha pasado con la televisión.
«¿Por qué la televisión ha banalizado tanto los contenidos, cuando es un instrumento extraordinario para llegar a gigantescos públicos, pero ha sido incapaz de convertirse en un transmisor de grandes ideas, de gran arte o literatura?», se preguntaba el autor de «La fiesta del Chivo».
En su opinión, la televisión «no ha llegado a ninguna parte, porque apunta a lo más bajo, para llegar al mayor número de personas».
Vargas Llosa no está en contra del «divertimento» y sabe que hay buenas series de televisión, «pero no es lo mismo leer a Proust o a Joyce que ver una serie». El fenómeno de la televisión «debería alertar muchísimo sobre la manera en la que los soportes influyen en los contenidos», afirmó.
En un salón de actos abarrotado de público y con decenas de personas que tuvieron que seguir la charla desde fuera a través de una pantalla, Vargas Llosa aseguró que «la cosa más importante» que le ha pasado en su vida fue aprender a leer a los cinco años.
Desde entonces el mundo se le «enriqueció de forma extraordinaria» y empezó a vivir «grandes experiencias gracias a los libros.
«La lectura me cambió la vida», decía Vargas Llosa antes de contar que los libros le ayudaron a combatir la soledad y la incomprensión cuando, con once años, su padre, al que él creía muerto, volvió a casa y cambió la vida del pequeño Mario.
Su padre era un hombre muy autoritario y Vargas Llosa sentía «miedo, pánico» cada vez que él le «levantaba la voz». «Sentía un gran rechazo hacia él», aseguraba hoy el escritor, seguido atentamente por su mujer, Patricia Llosa, y por la directora de la Biblioteca Nacional, Glòria Pérez-Salmerón.
Sin quererlo, su padre le inculcó «la vocación literaria». Lo metió en el colegio militar Leoncio Prado para «erradicar» esa afición a los libros y consiguió lo contrario: aquello le dio el tema para su primera novela: «La ciudad y los perros».
Y allí también escribió cartas de amor para sus compañeros, que se las pagaban «con cigarrillos», contó el escritor, que en muchos momentos hizo reír a los asistentes y en todos demostró su capacidad de seducción al hablar.
Porque también hizo reír cuando le preguntó Vila-San Juan qué libros se llevaría a una isla desierta y respondió que «La muerte de Virgilio», de Hermann Broch, una obra que cada vez que ha empezado a leer no ha «podido pasar de la cuarta o quinta página». «En una isla desierta no tendría más remedio que leerla entera», dijo.
A esa isla también se llevaría el Quijote, «Guerra y paz», y el volumen de La Pléiade con la traducción de «La Odisea».
En la universidad, el profesor Raúl Porras, «un extraordinario investigador», le descubrió «un mundo nuevo», y años más tarde le facilitó trabajar como bibliotecario en el Club Nacional.
En esa biblioteca apenas había nada que hacer y Vargas Llosa se leyó entera una colección francesa de literatura erótica, que era «maravillosa».
«Toda mi cultura erótica procede de esos años, y se la debo a la oligarquía peruana», aseguró.
Madrid, 9 may (EFE)