La escritora más fecunda y longeva, la decana de la narrativa española, la catalana Mercedes Salisachs, se ha muerto sin ver cumplido su mayor deseo: que alguna de sus novelas fuera llevada a la gran pantalla.
«Quisiera ver adaptada alguna de mis novelas al cine antes de morirme», dijo en una entrevista con Efe en 2005, un sueño que estuvo a punto de hacerse realidad con su famosa novela, «La gangrena«, Premio Planeta 1975, pero la repentina muerte del productor Pepón Coromina condujo el proyecto al olvido.
La escritora barcelonesa, que falleció en la madrugada del viernes a los 97 años, tenía su director cinematográfico favorito, José Luis Garci, al que consideraba «muy sensible» y el realizador perfecto para adaptar su novela «El secreto de las flores», pero no fue posible.
Esta vieja dama de las letras que publicó su última novela en abril de 2013, «El caudal de las noches vacías», con la que dijo adiós a una carrera que ha dado 39 títulos, también se ha ido con resquemor y crítica hacia la actual situación del mundo editorial, al que no dejó de atizar, entre otras cosas, por sentirse algo olvidada.
Salisachs dijo en múltiples ocasiones que esta situación hubiera tenido otra suerte, si «hubiera nacido en Madrid».
En opinión de la escritora, «si la edición de hoy quiere tener futuro, tendrá que volver al fondo editorial, discriminar a algunos autores y mejorar el ambiente de trabajo en la propia organización, porque en la actualidad hay un desorden terrible».
También sostenía, siempre elegante, con humor y su permanente sonrisa, que en el mundo editorial «cada uno va por su cuenta», en una entrevista en 2002 con motivo de la publicación de «La conversación».
Una novela con la que hizo su especial ajuste de cuentas con el mundo del libro, donde explicaba «el drama de las editoriales con los autores y con los sufridos lectores», por esa «tendencia actual a mezclar la literatura en mayúsculas con la basura, sólo porque es lo que vende», argumentaba.
En 2004, cuando la escritora ganó el premio Fernando Lara de novela por su novela «El último laberinto», en Sevilla dijo sentirse «vejada» por la proliferación de obras banales, de libros de «usar y tirar».
También aludió a la creciente aparición de libros «escritos por negros, que luego los firman señoras que salen en el Hola o en el Lecturas», una situación que ella tildó de «dura» y «vejatoria».
«Vivimos en el momento, no en la realidad de la vida, y la gente no lee para reflexionar sino para divertirse. Este es un sistema que tendrá que acabar, porque los lectores se darán cuenta y dirán: ‘¿Dónde está lo bueno y dónde está lo malo?'», añadió.
Esta señora de las letras, que estaba obsesionada por describir lo infinitamente voluble que puede llegar a ser el alma humana y lo frágil que son los sentimientos, incluido el amor, el más poderoso de ellos, siempre quiso dejar claro que, sin la escritura, «habría enfermado» y se habría encerrado en sí misma.
Y escribió y mucho de la soledad, como dejó reflejado en «Los clamores del silencio», una novela que empezaba con una frase potente y plagada de intenciones: «Todos somos lo que nadie sabe que somos». Escribió de las fragilidades y veleidades de los otros, de seres humanos en papel, porque a Salisachs no le gustaba hablar de ella.
«Siempre me ha dado mucho pudor hablar de mí o, incluso, plasmar mis sentimientos… Ocurre que sigo viviendo, que adoro escribir. Pero ya no me sucede nada. Antes utilizaba la vida como fuente de inspiración. Ahora, echo mano a infinitos recuerdos», decía la escritora, que siempre conservó una gran belleza a pesar de sus años.
Para esta escritora, descendiente de rica familia industrial catalana, también el hecho de vivir podía «ser más letal que morir».
Esta mujer tantas veces galardonada y políglota, que presumía de ser «la escritora más longeva del mundo en activo» y no ocultaba cierto punto de amargura cuando decía que «en cualquier otro país eso sería motivo de celebración», está traducida al inglés, ruso, francés, italiano, portugués, alemán, sueco, finlandés, afrikáans y lituano.
Y también su libros están en el mercado de Taiwán, Hong Kong y Singapur.
Madrid, 9 may (EFE)