Estamos ante uno de los momentos bélicos de importancia en la Plena Edad Media, dentro del fenómeno político, social y bélico, que supuso la denominada Reconquista, algo que se habría ido pergeñando desde el año 722 con la escaramuza o batalla de Covadonga, donde, sea como fuere, se pusieron los cimientos de lo que sería la Península Ibérica. No obstante, sus cronistas han repetido hasta la saciedad la gran importancia del hecho militar giennense, donde fueron derrotados los peligrosos sarracenos de la secta de los almohades, unos individuos tan fanatizados que hasta los régulos de las taifas hispanas bailaron, metafóricamente hablando, cuando recibieron la noticia de la derrota almohade en las Navas de Tolosa. Pero, la segunda cuestión relativa al hecho reconquistador es diferente, cuando conocemos cómo se mitificó esta conflagración como la “number one”, la sin parangón de las confrontaciones entre musulmanes y cristianos esta conflagración, incrementando los efectos alcanzados hasta límites insospechados y no muy ciertos. A la cabeza de todos estos cronistas estará el fementido prelado metropolitano, nacido en el reino de Navarra, castellanizado a ultranza, y llamado Ruy Ximénez de Rada o Rodrigo Jiménez de Rada. No obstante, es indiscutible el esfuerzo realizado por los tres reyes que participaron en ella. A saber, Alfonso VIII “el Noble” de Castilla (“de mediana estatura”. 1’85 metros); el gigantesco monarca, de entre 2’10 y 2’13 metros de altura, Sancho VII “el Fuerte” de Navarra; y, por fin, el rey Pedro II “el Católico” de Aragón (“de elevada estatura y arrogante presencia”. Medía 2’00 metros). Ya previamente, en Alarcos, Alfonso VIII espera derrotar en solitario a los almohades, por lo que se niega a devolver las plazas fuertes leonesas que están, de forma espuria, en su poder. El 19 de julio de 1195, las tropas leonesas están muy cerca, pero no se les ha dado el tiempo necesario de espera como para que pudiesen llegar. La derrota castellana es estrepitosa. Tras ella los dos primos se citan en Toledo, el de León demanda al castellano que cumpla el acuerdo de devolución. El de Las Navas se niega nuevamente, y el monarca de León abandonará la reunión absolutamente indignado. El 16 de febrero de 1212, el papa Inocencio III envía, por medio del arzobispo Jiménez de Rada, una bula al rey de Castilla sobre lo necesario de una guerra contra los almohades. Estando el soberano castellano en Madrid, se enviarán mensajeros a los reinos de Navarra, Portugal, Aragón y León; aunque a Alfonso IX de León con cierto retraso, ya que Jiménez de Rada no deseaba que las tropas leonesas, las mejores peninsulares del momento, se apuntasen todos los triunfos. En este momento histórico existe un gran temor castellano al poder militar de Alfonso IX de León, y a su gran caballería pesada; y además, Alfonso VIII, pensaba que Alfonso IX haría lo posible y lo imposible para recuperar sus fortalezas y sus territorios, que todavía poseía el castellano. El rey Alfonso IX de León, que sea como sea, deseaba estar en Las Navas de Tolosa, convocó una urgente Curia Regia; donde todos, pero sobre todo los ciudadanos elegidos por las ciudades, le recomendaron al soberano que exigiera a su regio primo, como condición legítima sine qua non, que acudiría gustoso a la batalla en cuanto se le devolviesen los territorios, que en justicia le pertenecían. De nuevo, Alfonso VIII se negó, y el soberano legionense no aceptó participar en dicha conflagración; aunque sí estuvieron de forma libérrima sus vasallos: leoneses, gallegos y asturianos. La situación era muy grave para León, ya que algunas de las plazas leonesas estaban dentro de las fronteras, sensu stricto, de la Tierra de Campos leonesa; por ejemplo, Almanza, Peñafiel, Sahagún, Valderas, etc. ¡Extra Historiam nulla salus Regno Legionis et Asturiae!