Miguel y Juanita, junto a su madre, acaban de mudarse a Vermont tras el divorcio de sus padres. Para ayudar a cuidarlos, llega de visita Tía Lola desde República Dominicana, de donde es originaria la familia.
Tía Lola es un personaje singular y carismático, además de un lenguaje y una cultura distinta, trae consigo su propia “magia” y una alegría contagiosa.
La narración está escrita en tercera persona, aunque se centra bastante en los pensamientos de Miguel, el hermano mayor, de 10 años. A Miguel le cuesta aceptar el divorcio de sus padres, y, además de lo que implica el cambio de vivienda y colegio, tendrá que habituarse también a las costumbres de su tía.
La historia abarca, de manera genérica, temas interesantes, como las familias que viven a caballo entre dos culturas, las implicaciones de un divorcio o la adaptación a un nuevo lugar de residencia. Por otro lado, Tía Lola, tan extrovertida e ingeniosa, es sin duda la que ilumina la trama. No obstante, en algún momento, me ha dado la sensación de que, a pesar de ser ameno, le faltaba cierta “chispa” o gracia al relato, que podría haber dado más de sí. Pero no deja de parecerme una lectura infantil bastante recomendable por los temas de fondo que trata.