El Forastero llega a Fronda, un pueblecito rural de España, un mes antes del Corpus Christi. Se aproxima caminando con un maletín y un traje. Parece que busca algo que no espera. Aquel día el cielo resplandece, pero na die sabe con certeza qué empieza a crecer en las calles, en los dos únicos niños del pueblo, en aquel me són, en la peluquería, en el bar de alterne o en el corro de comadres desdentadas en las puertas de las casas. Nadie atina a ver cómo la sombra que habita en cada uno de
ellos se expande, semana a semana, hasta elevarse siniestra sobre el pueblo, en la fiesta del Corpus Christi para, en lo alto del cielo, exigir al fin el sacrificio mal dito por su vuelo diurno.