Las grietas en los campos de centeno, las cosechas quemadas, los inmensos bosques que se doblan cuando nadie mira o las explanadas de hielo amarillo hace tiempo deshabitadas…, todas hablan con los niños. Les susurran una verdad oculta. Ellos recorren en fila estos paisajes desolados, mirándolo todo; y a veces cantan estribillos terribles y conjugan verbos que estremecen al profesor. Otros días eligen descender a las profundidades de una obra erizada de alambres para desenterrar un secreto que llevar a casa. Algunas tardes negras, sencillamente, recuerdan un amor que se parece al abominable hombre de las nieves. El mundo de este libro está hecho de invernales pesadillas, de poesía y de ciencia ficción en diversas proporciones. No es exactamente el nuestro, sino la frontera entre la nieve y los sueños de la infancia, pero el reflejo que nos devuelve termina por arrojar algo de luz en nuestro rostro de adultos perplejos. ¿Qué sucede cuando los que gobiernan el mundo y hacen las leyes no saben qué viene después, porque todo está a punto de derrumbarse? Que les miramos a ellos, a los niños. A ver qué hacen, a quién entierran, de qué se esconden.