De todos los acontecimientos históricos, más si han sido dramáticos, y más aún si han fracturado a una sociedad, se dice que deben ser abordados una vez que pase el tiempo. Huir de los análisis y las perspectivas en caliente y dejar que las emociones se posen.
De los “años de plomo” (expresión tópica y cursi pero no menos acertada para describir la peor época de ETA, previa al final del miedo por parte de la sociedad, con el asesinato de Miguel Ángel Blanco en 1997), quien sólo tenga hoy más de veinte años podrá recordar los documentales que mostraban el clima opresivo de la Euskadi rural y profunda en la que el error de los GAL dio alas al victimismo de los sectores abertxales y recrudeció más el conflicto social.
En “Patria”, como mandan los cánones de la buena literatura, el autor no presenta a los personajes como buenos o malos de antemano. Ni siquiera toma partido por unos u otros de forma evidente. Partiendo del regreso al pueblo, el mismo día de 2011 en que se anunció el final de la lucha armada, de la viuda de una víctima, el ambiente hostil que encuentra por parte la mayoría de sus vecinos hace que recree magistralmente esos mismos documentales hasta el punto de que el lector parece oír de fondo la música que en aquellos se escuchaba, y percibir la humedad en el ambiente de los caseríos. Después, alternando el presente y el pasado en sus capítulos, pasa de la hostilidad entre dos vecinas a la amistad íntima entre ellas décadas atrás para narrar el distanciamiento entre ambas (que se hace extensivo a las dos familias) cuando el marido de Bittori comienza a recibir amenazas y el hijo de Marien entra en la lucha armada.
A través de capítulos de tres o cuatro páginas, la lectura va fluyendo gracias a que Aramburu consigue, partiendo de los pocos personajes existentes, que el lector comprenda hasta el dilema de la madre (antes apolítica) de un etarra, entre condenar las acciones de la banda de su hijo y defender el fin sin justificar sus medios.
El sufrimiento de Arantxa, hermana del etarra, y paralizada por un ictus que le quita la voz, y que retoma el contacto con la viuda del asesinado por su hermano desde el momento que rechaza lo que éste hizo. La incredulidad de los hijos de la víctima al ver que su madre desea enfrentarse con el asesino de su padre para escuchar las motivaciones que le llevaron a disparar. El matrimonio entre un guardia civil y la hermana de un asesino de la banda. La recreación de asesinato de Manuel Zamarreño en 1998 como si de un personaje más de la novela se tratara. Y como colofón, la sobria pero emotiva escena del encuentro frente a frente entre las dos mujeres en las últimas líneas de la novela.
Una obra que, para entender “los años de plomo” de ETA, va camino de convertirse en lo que “Doctor Zhivago” supone para conocer el contexto social de la revolución rusa, o “La ciudad de los prodigios”, de Mendoza, para describir el contexto social de la Barcelona de principios del siglo XX.
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hace 3 años
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