La lectura de las primeras páginas de “No encuentro mi cara en el espejo” basta para darse cuenta de lo increíblemente especial de la prosa de Fulgencio Argüelles. Profunda, evocadora, poderosa, plagada de detalles... en definitiva, viva. El autor da forma a las palabras creando un discurso que te envuelve y te transporta al oscuro y tormentoso pueblo de Peñafonte. La obra se desarrolla con la Guerra Civil como telón de fondo. El comienzo y desarrollo de la misma se encuentra muy presente en las vidas de algunos personajes y en las conversaciones mantenidas por otros. Algunos de los mejores pasajes de “No encuentro mi cara en el espejo” corresponden a las conversaciones mantenidas entre el maestro, ateo convencido, y el cura del pueblo. Toda la obra está salpicada por estas charlas, en las que las opiniones encontradas y el respeto mutuo conviven. “Los aguaceros llegaban en oleadas y, cuando arreciaban, traían la oscuridad”. Estas oleadas a las que hace referencia Argüelles, y que azotan el pequeño pueblo minero, bien podrían extrapolarse a las vidas –aparentemente monótomas, pero convulsas en ciertos casos– y las emociones de los protagonistas de la novela. El manto de lluvia que cubre Peñafonte refleja la oscuridad no únicamente de las calles, sino de una serie de personajes que tratan de encontrarse a sí mismos. Que posan sus ojos sobre la superficie de un espejo y no encuentran su rostro reflejado. (Ana Rayas, 17 de febrero de 2015)
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