Como en sus anteriores libros, también aquí encontramos su característico humor negro, delirante, genuinamente fischeriano, protagonizado por una galería de seres castigados por la vida, perdedores natos, fracasados vocacionales, solitarios a la fuerza y peligrosamente escorados a la marginalidad. Tenemos, por ejemplo, a Jim, un informático perseguido por la mala suerte, que sólo aspira a tener unas vacaciones pagadas y que, cuando las consigue, es víctima de una trágica jugarreta del destino; o Bill, un parado cuyo matrimonio se ha ido al garete y que se entretiene organizando espectáculos en los que recrea, tal vez con demasiado riesgo, el ambiente del lejano Oeste; por su parte, Guy, ayudante en un bufete de abogados, está obsesionado con clasificar taxonómicamente los casos de los diversos clientes del despacho —todos ellos, por cierto, encarcelados—; o Miranda, una inteligente humorista que persigue la quintaesencia del humor, pero cuya vida personal no ofrece demasiados motivos para la risa...