La rutina asfixia a hombres y mujeres, los aliena en su convivencia: la pareja se convierte en un monstruo bicéfalo de cinismo y el individuo se queda entonces irremediablemente solo, petrificado en un gesto de solidaridad hueca. Tal vez sea esto lo que dicen sin decirlo los cuentos de Los perros de Tesalónica. Porque esa es la manera de decir de Askildsen, seleccionar con precisión pequeños acontecimientos solo aparentemente insignificantes, conversaciones a primera vista sin trascendencia, movimientos reflejos, y volcarlos en la página con un lenguaje limpio, dolorosamente eficaz. Cómplice de esa mirada despiadada, al lector no le queda más que dejar que actúe su imaginación. No podrá evitarlo: le hablan a él; hablan de él.