«Aún tenía cuerpo de niña cuando llegó hasta mí. Era de escasa estatura. Una mujer, apenas mujer, pero en sus iris anidaba una fuerza que sólo habita en las almas de quienes tienen en su poder la capacidad de cambiar a las personas con las se cruzan. Su voz era dulce, como el fruto de la palmera, pero atemperada. Tenía un matiz extraño de gravedad contenida. Su juventud sólo potenciaba su firme carácter. Su aparente fragilidad sólo daba motivos para verla aún más mujer. Tenía una capacidad para apasionarse que sólo rivalizaba con la convicción de su alma. Un punto irresistible que equilibraba su evidente juventud con una potencia desconocida e improbable para sus años. Apenas la tuve delante supe que me hallaba ante una mujer de las que se hace difícil olvidar. Una mujer que heriría, que se clavaría hondo. Una mujer por la que un hombre mataría y se dejaría morir sin dudarlo. Ambas cosas sucedieron. Ésta es su historia».